Antes de cambiar, antes de convertirme como un Sumo Sacerdote Invertido, yo deseaba que no existieran otras mujeres además de mí. En aquel entonces era sólo una chica que se teñía el pelo. Las otras eran unas enfermas; las que además eran bellas, me parecían particularmente horrendas: unas arpías que se las ingeniaban para ocultar su fealdad bajo la mirada de los hombres. La ira aún se me cuela a la cabeza. Pero cuando me acuerdo de ella a la orilla del lago, cuando la tipa del video refulge en la recámara, cuando la Madre Silicona empieza a entibiarse, la ira se adormece. Antes de conocerla empecé a escribir una sórdida historia sobre mujeres; me encantaba ponerlas en evidencia. Había perfilado el personaje de una histérica que en las noches de furor se ponía a seducir perros en los parques. A veces lo conseguía y otras se iba desairada, con el corazón hecho una oveja rabiosa.
Había avanzado varios capítulos en las aventuras de esta dama cuando irrumpió ella: mi tema favorito. Apagó la televisión, me hizo olvidar la historia de histéricas, mi próxima partida a no sé dónde. Todo se quedó en un bote de espray con aroma a muerto.
Por cierto, de aquella historia que murió de alguna forma junto con mi viejo yo, he conservado varios pasajes que quedaron insertos en mi alma como sampleos de un amor narcisista.
Mi odio por los hombres se hizo manifiesto ya en avanzados capítulos. Además de evidenciar la maldad de ellas, también advertía cierta perfidia en ellos. Este reconocimiento se convirtió en una idea perfectamente insana que me presentaba a los machos en forma de criaturas horriblemente deseables, pero muy malas. Aquella idea enferma alcanzó tal madurez que se convirtió en una de mis fantasías preferidas: matarlos a todos y construir un mundo de puras mujeres, donde la belleza no fuera una adversaria tan temible. Aquella fantasía se tornó una estrategia: sólo había que dispersar una canción secreta. Entonces mi sueño adquiría unos efectos de sonido que me erizaban la carne. Pienso en aquellos años, cuando yo aún era una chica que se teñía el pelo, y la canción vibra en el fondo de mi piel...
Había avanzado varios capítulos en las aventuras de esta dama cuando irrumpió ella: mi tema favorito. Apagó la televisión, me hizo olvidar la historia de histéricas, mi próxima partida a no sé dónde. Todo se quedó en un bote de espray con aroma a muerto.
Por cierto, de aquella historia que murió de alguna forma junto con mi viejo yo, he conservado varios pasajes que quedaron insertos en mi alma como sampleos de un amor narcisista.
Mi odio por los hombres se hizo manifiesto ya en avanzados capítulos. Además de evidenciar la maldad de ellas, también advertía cierta perfidia en ellos. Este reconocimiento se convirtió en una idea perfectamente insana que me presentaba a los machos en forma de criaturas horriblemente deseables, pero muy malas. Aquella idea enferma alcanzó tal madurez que se convirtió en una de mis fantasías preferidas: matarlos a todos y construir un mundo de puras mujeres, donde la belleza no fuera una adversaria tan temible. Aquella fantasía se tornó una estrategia: sólo había que dispersar una canción secreta. Entonces mi sueño adquiría unos efectos de sonido que me erizaban la carne. Pienso en aquellos años, cuando yo aún era una chica que se teñía el pelo, y la canción vibra en el fondo de mi piel...
2 comentarios:
Varias, más no suficientes son las cosas tuyas que he leído. Esta, en particular, la más re-leída y una de mis favoritas. Para mí fue un honor ilustrarla... Estoy esperando con ansias que tengamos al Agente Morboso inoculando las librerías de la ciudad. Para aquellos que han leído un artículo aquí, una novela en entregas allá, un poema por acullá, esta es una magnífica oportunidad de conocer una obra tuya completa y de un tirón. Para tí Rowena, Besos.
Es muy liberadora tu forma de escribir. Tal vez este sea igual un vaticinio de un presente lleno del verbo prohibido(aquí). Muchas Felicidades Rowe, tu habrás de apagar varios televisores. yo
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