viernes, 30 de mayo de 2008

¿Es la vanidad un ilícito?

He nacido en una familia de clase media que nunca me dio todo lo que mis necias vanidades requerían. Y por un impulso irracional he luchado encarnizadamente por alcanzar esas vanidades, por satisfacerlas, sin encontrar nunca su cura. Al mismo tiempo me he esforzado inútilmente por censurarme, por disimularme en ese narcisismo que me hace sentir -ante la realidad descarnada de las cosas- como una delincuente.
Siempre, invariablemente, pienso en la Arcadia, es otra obsesión que me convierte en una eterna frustrada, en una lúser. Siempre que miro este lugar donde me tocó nacer, pienso que la Arcadia es irrecuperable, que no hay retorno. Sin embrago lucho, patéticamente, -como si se tratara de una vanidad preciosísima- por recuperarla, por recoger de entre sus escombros, sus negros diamantes.
Mi conciencia tiende a mirarse en un espejo que la ciega y la destruye, que refleja una belleza promedio, falaz. En cuestión de pocos años, como el mensaje dinamitado de la vida, se autodestruirá. Tengo muchos rostros, demasiados. Ya no me miro al espejo como antes me miraba, con esa frecuencia automática. Pero cada vez que lo hago me sorprendo con un rostro nuevo que insospechadamente resulta ser el mío. Me siento vieja, siempre, viejísima, y estoy cansada, mi vida comienza por la noche y se vuelve un sueño que olvido con el día. Cada día me arrastra por el lodo mundanal y cada día la Arcadia parece más inalcansable.

lunes, 26 de mayo de 2008

La bomba azul

Ya estamos abriéndonos paso, amigos, compañeros, no renuncien ahora, que es temprano.
Ya quitamos muchas piedras, no sé cuántos compañeros estén tadavía abajo, pero cuando las levantemos todas, vamos a formar un ejército.
Dicen los que están más cerca que es una bomba azul, un azul de otro cuento, de una historia muy distinta a la que nos ha contado el enemigo.
¡Avancen! ¡amigos, compañeros! ¡Upá! ¡uno! ¡dos! ¡tres!
Mientras más compañeros y amigos conozcan la bomba, mejor; dicen que está repleta de hoyos, ¡hay suficientes para todos!
Dicen los que han estado cerca que dentro de los hoyos hay absoluta seguridad. Hay miles, quizá millones de amigos y compañeros en torno a ella... ¡Y para todos hay un hoyo! ¡ea!
Los que marchan, los que nacen bajo las piedras, los hombres de fuego ¡somos nosotros! y nos tiene que tocar un hoyo en la bomba.
¿Han oído hablar sobre nosotros? ¿quiénes somos nosotros?, ustedes se lo preguntan, ¿no es así?¡Pues sí!, ¡somos los elegidos por la bomba y no permitiremos que nadie nos quite nuestro hoyo! ¡Upá! ¡ea! ¡uno! ¡dos! ¡tres!
Somos los hombres que se echan cansados a la tierra y despiertan jóvenes y bellos, arreglados para la fiesta, ¡sin necesidad de ir al spá! ¡upá! ¡levantemos la otra!
En la bomba hay cambios repentinos, dicen que de pronto se divide en dos mitades, los hoyos se borran. De un lado puede aparecer un camino bordeado por ciruelos en flor y un lago, del otro un arroyo rojo donde flotan cadáveres. Cuando esto ocurre, la masa se separa de la bomba, pero esto casi nunca pasa. ¡Vamos! ¡no se atemoricen! Si les toca el lado del lago ¡alcanzarán la eterna felicidad!... y se quedarán a vivir en el hoyo sorpresa, que viene luego. ¡No se atropellen! ¡en orden y a prisa!

martes, 20 de mayo de 2008

Rowena Bali: Una tránsfuga radical. Entrevista para Milenio

Foto: Oswaldo Ramírez

20-Mayo-08
Los caminos de la creación literaria suelen ser intrincados, al tiempo de enigmáticos, aun cuando su génesis parta de la realidad circundante: Rowena Bali (Cuautla, Mor. 1977) muchas veces se encontró con la palabra tránsfuga, sin saber su futuro como origen de una novela: “Soy un tránsfuga radical”, se lee en la primera línea de El agente morboso (Colofón/UACM, 2008). “Se trata de un concepto que te remite al cambio, a la velocidad, a la transformación, a este ir y venir de un ámbito a otro. Vivimos en una sociedad de tránsfugas, porque la velocidad con la que los medios de comunicación difunden cada suceso, te lleva a pensar que vivimos en una sociedad así.”Escrita hace ocho años, es una apuesta de la autora por ofrecer un panorama acerca de la sociedad contemporánea, no sólo la mexicana, en especial a partir de las necesidades consumistas: la urgencia de la mujer y del hombre por verse bien, de corresponder a las características de un ideal impuesto por la sociedad.“Si eres gordo te llevan a hacerte una liposucción, a transformarte, bajo el entendido de que mientras más lo haces, más rentable vas a ser. Creo que el ideal de transformación para convertirte en el impuesto por la sociedad es algo que ya se ha incrustado en la mente de todos.”Una historia en la que aparece el sexo, las drogas, la transexualidad, la locura y el crimen, casi como reflejo de lo que viven algunos jóvenes de nuestro tiempo cuando todo lo tienen resuelto. Un ser que pertenece a un estrato social alto, vive en un penthouse y tiene un BMW, pero cae en la mendicidad, víctima de su propia necesidad de perseguir el ideal, el que nunca alcanza y se vuelve loco y “sólo dentro de esa locura llega a ver ese ideal ante sí mismo”.Rowena Bali tiene en El agente morboso su primera novela publicada, si bien ya cuenta con ocho más terminadas y sólo está a la espera de su aparición en forma de libro, escrita en su juventud, cuando experimentaba una profunda amargura por lo que veía alrededor.“Me propuse buscar la forma de sacarme todo eso y la encontré en la parodia”, dice la escritora mexicana.Pese al tiempo transcurrido desde la escritura de la obra, Rowena Bali no se arrepiente de ninguno de los conceptos aparecidos, porque si bien han cambiado sus temas, la sociedad no lo ha hecho y, a su parecer, más bien ha empeorado. “Sin embargo, ya no me amargo tanto, ya no es la amargura la que me impulsa a la parodia. Mi visión no ha cambiado, quizá sí mi forma de escribir y mis temas.”


México/Jesús Alejo

Giba Bali

-¡Ay!, pero y tu linda giba, Bali,
¿dónde está?

-Un árbol malo de un ramalazo me la tumbó.
Desde entonces soy Bali y no Balí.

lunes, 19 de mayo de 2008

Constanzo no me escucha

Constanzo ha decidido
ignorarme olímpicamente.

¿Será que su secretaria
no le avisa
de mis constantes llamados?

Será que la virgen
no le habla,
ni mis santos le hablan,
ni todos mis muertos le hablan.

Ha de pensar
que soy nacha,
o gacha,
o una muchacha
sin importancia.

Ha de pensar
que soy una perra
o una can
y no tiene razón...

aunque
en muchas canas
me puedo convertir.

¡Cada día son más! Muñecos de todas las especies, razas y géneros, se unen a El Agente Morboso










Su alma

Una ondina que anochece sin luz.
Odín decapitado por una valquiria en el noveno día.
Libélula ondulante que en éxtasis profundo se evapora.

domingo, 18 de mayo de 2008

Lejos del zen

Un aprendiz que enseña y a cambio de palabras ralas juzga.
Un hijo denigrado por la Vagina Sacra, un eterno vástago de ramas blandengues. Un hijo que mira a su madre como a una plaga.
Un mercader que vende hilachos como vestidos arrancados del cuerpo de la mismísima verdad desnuda. Un almacén de baratijas...

sábado, 17 de mayo de 2008

Hombres

Hay hombres que no esperan en silencio
a que el canto de las sirenas acalle.

Hay hombres que han comido
de un juicio perdido,
pútrido,
y hay hombres que se mueren
por una desazón desconocida.

Hay hombres que marchitan cada uno de sus pasos,
demasiados hombres, violentos, desquiciados.
Hombres que esquivan el filo y luego lo apuñalan,
hombres que desconocen el latido feroz de la serpiente.

Facha

Dimos
gracias a los desaparecidos
por el tiempo
que no estuvieron.

Sumamos un gran número
de malhechores
haciendo fechorías
bajo la fachada de la noche,
lejos de aquella masa
de menos y de mases.

El Pueblo Cooperativo Chapingo: una utopía riveriana


Cartel de Juan Pablo de la Colina


La utopía no es percibida por los que la formulan como una realidad inalcanzable. La utopía es una esperanza cierta. No siempre se manifiesta en grandes proyectos o realizaciones. No pocas veces, al tiempo, su campo mejor son los ámbitos pequeños, partes vivas de una totalidad que les da sentido. Diego Rivera pudo mirar aquel horizonte con limpieza, y recurrir a la factura de obras de dimensiones reducidas. Fue el pintor de metros y metros de muros en los que es posible espigar aquí y allá su genio. Mantuvo a la vez una idea, no suficientemente conocida acaso, que hace indiscernible a la arquitectura de las artes plásticas. En este sentido puede entenderse el propósito de “poner el arte al servicio del pueblo”. No se trata nada más de que los integrantes de una comunidad, especialmente los trabajadores, disfruten la belleza e interpreten los significados posibles de las obras de arte –de los murales, sobre todo, por su carácter abierto a todas las miradas– sino de incorporar de veras, de modo pleno, las formas artísticas a la vida diaria, al ambiente. Absolutamente distante de la posición actual, desde la que se consideran comúnmente el arte y su exposición como “eventos” más o menos espectaculares y hechos noticiosos atentos a las cantidades de dinero y de espectadores –nada muy diferente al precio del contrato de un astro del futbol, digamos, o de la música en boga–, Rivera pensó que sin ostentaciones ni ornatos extraordinarios la gente debe pasar sus días y sus años dentro de una circunstancia poblada de cosas bellas. ¿Pura utopía? El artista pensó que no, y se sumó a los empeños de las autoridades de la Escuela Nacional de Agricultura (hoy Universidad Autónoma de Chapingo), cuyos primeros objetivos no se concentraban naturalmente en el plano estético pero que supieron dar a su institución, y por tanto a la circunstancia de sus trabajadores, académicos y estudiantes, elementos de gran altura estética y de sobria dignidad.
Se conoce bien, aunque ha comenzado a entrar en el tren del olvido, el notabilísimo trabajo de Rivera en la capilla de Chapingo, que tuvo, entre otras intenciones, la de subrayar la indisoluble vinculación entre el estudiante de aquella escuela y el campesino, la identificación de sus fines comunes, el hecho esencial de que en su trabajo por venir “aprendieran”, como señaló en su momento Marte R. Gómez, “no a explotar al hombre sino a explotar la tierra”. Detrás de la puerta en la que destacan la hoz y el martillo entrecruzados, cuya imagen se repetirá en el fresco, irrumpe el universo riveriano, homenaje a la sencillez incesante del trabajador del campo y los talleres y las fábricas que vive en comunión con el sol, el viento, la tierra y el fuego. Además del de la capilla, Diego pintó otros frescos en la escuela. Uno de ellos ilustra la repartición de las tierras en el Pueblo Cooperativo, y otro, situado como el primero en el espacio de distribución de las escaleras en la rectoría, el pueblo incipiente, el trazo de sus calles y la presencia de la Plaza Unión, cuyo diseño, decoración y contorno realizó el mismo artista.
“Este es el primer pueblo Cooperativo de la República Mexicana. Aquí no hay cantinas, porque sabemos que el alcohol embrutece. No tenemos templos (ilegible), nuestra oración es el trabajo (ilegible). Nuestra fe (ilegible). El bienestar colectivo. Nuestro dogma la cooperación. Nada tenemos ni esperamos que no sea resultado de nuestros propios actos y fruto de nuestros sinceros esfuerzos”, cita el reglamento interno, impreso en el pequeño hemiciclo ubicado en uno de los extremos del pueblo.El tiempo, la imposibilidad, la falta de interés por parte de las autoridades, le fueron quitando su belleza original a esta utopía.

Mujeres

Cedros y encinos invadidos por el heno
Las nalgas de las mujeres son como hongos que crecen muy erectos y juntos en un hondo bosque, sus tetas ojos avisores que miran desde los troncos, sus vaginas caracoles que avanzan dejando surcos de salvia fresca, sus almas hadas asesinas y serenas que vuelan por encima de todas las siembras y las queman para luego cultivar la sangre nueva.

Una plaga de tetas puede inundar de leche un gran valle y ahogar a todos los que no saben volar, ni mirar el cielo desde un tronco.

Una plaga de nalgas puede cagar al mundo y pedorrearlo, envenenarlo o asentar en él arcadias divididas por caudalosos ríos.

Una plaga de vaginas puede convertir las cabezas en follajes encanecidos por el heno, puede decapitar a los sabios y puede convertir su sangre en un lienzo de lluvia que cobije a las familias.

Una plaga de hadas puede incendiar la noche o acuchillarla.

jueves, 15 de mayo de 2008

Un breve fragmento de El Agente Morboso



Antes de cambiar, antes de convertirme como un Sumo Sacerdote Invertido, yo deseaba que no existieran otras mujeres además de mí. En aquel entonces era sólo una chica que se teñía el pelo. Las otras eran unas enfermas; las que además eran bellas, me parecían particularmente horrendas: unas arpías que se las ingeniaban para ocultar su fealdad bajo la mirada de los hombres. La ira aún se me cuela a la cabeza. Pero cuando me acuerdo de ella a la orilla del lago, cuando la tipa del video refulge en la recámara, cuando la Madre Silicona empieza a entibiarse, la ira se adormece. Antes de conocerla empecé a escribir una sórdida historia sobre mujeres; me encantaba ponerlas en evidencia. Había perfilado el personaje de una histérica que en las noches de furor se ponía a seducir perros en los parques. A veces lo conseguía y otras se iba desairada, con el corazón hecho una oveja rabiosa.
Había avanzado varios capítulos en las aventuras de esta dama cuando irrumpió ella: mi tema favorito. Apagó la televisión, me hizo olvidar la historia de histéricas, mi próxima partida a no sé dónde. Todo se quedó en un bote de espray con aroma a muerto.
Por cierto, de aquella historia que murió de alguna forma junto con mi viejo yo, he conservado varios pasajes que quedaron insertos en mi alma como sampleos de un amor narcisista.
Mi odio por los hombres se hizo manifiesto ya en avanzados capítulos. Además de evidenciar la maldad de ellas, también advertía cierta perfidia en ellos. Este reconocimiento se convirtió en una idea perfectamente insana que me presentaba a los machos en forma de criaturas horriblemente deseables, pero muy malas. Aquella idea enferma alcanzó tal madurez que se convirtió en una de mis fantasías preferidas: matarlos a todos y construir un mundo de puras mujeres, donde la belleza no fuera una adversaria tan temible. Aquella fantasía se tornó una estrategia: sólo había que dispersar una canción secreta. Entonces mi sueño adquiría unos efectos de sonido que me erizaban la carne. Pienso en aquellos años, cuando yo aún era una chica que se teñía el pelo, y la canción vibra en el fondo de mi piel...

Un domingo de gripa puede ser fascinante



Hoy, enferma de gripa y con frío, muy aburrida, decidí hacer autocositas. Entonces se me ocurrió copiarle a una amiga -bloguer- que se auto retrata porque se autofascina.

¿Es un arma, un arma justa?


Cuando un hombre lleva un arma en la mano no deja de ser hombre.

¿Cómo saber cuándo un arma lucha por una causa justa? Cuando se trata de un arma pobre. Da pena, pues, saber que los pobres nunca portan cuernos de chivo, que no lanzan misiles, ni manejan tanques, ni hummers. ¿Hasta dónde irá a parar el pobre hombre sin su nombre, sin su cartera, sin su arma?

miércoles, 14 de mayo de 2008

Saña

Te he vengado:
he acechado
desde la penumbra
a la loba rabiosa
que anoche
cuatro dedos
de tu mano
cercenó;
le he dejado
la osamenta,
flor seca,
impenetrable ya,
para que la señales,
Cobé,
y hagas justicia,
con tu meñique
acusador.

En defensa de Cobé I y II (en Voto de indecisión)

I
Nadie podrá ver lo que él ve:
percibe vaticinios;

mariposas
vuelan por millares
en su cálida mente,

si vuelan en ambas direcciones
se vuelven de colores;
señales de la Arcadia,

Pero no deja de anochecer
y vuelve,
sin poderlo evitar,
al borde.

Sus mariposas se esfuman,
desaparecen una a una
de su mente.
Entonces olvida
el dolor que provoca el puñal
y recuerda el dolor
que provoca el hambre.


II
La primera duda
fue la locura.
Había un titubeo,
un tema ignorado,
un sitio no ganado,

había además un sacrificio
que podría brindarle
varios puntos de dolor
a su inocencia:

cuatro dedos
le cercenó la loba,
y sobrevivió a la rabia,
luego fue redimido.

Se preguntaron muchos
si la veneración
le sería merecida
y largos años de inmerecimiento
llevó esta indeterminación.

Cobé siguió de pie
y con su pequeño dedo en el tintero.

¿Cuál era su verdad?
La libertad,
decían sus redentores,
la indecisión,
decían sus detractores.

domingo, 11 de mayo de 2008

Preguntas en El Aliento

¿Es un problema que, como todo hombre, quiera dibujar mi ira en el cuerpo de otro hombre? ¿Es necesario redimir a la mujer de ese milenario empacho de manzanas? ¿Es un asunto de vida o muerte amarla?
Es ridículo susurrarle palabras de amor a una cosa que jamás nos retribuirá, que permanecerá inmutable ante nuestro derretimiento y además, ¿qué tal si la cosa sí quiere corresponder?: ¿Es posible imaginar la injusticia de un amor sitiado en la no existencia?... ¿Porqué el doctor afirma con tanta contundencia que es un síntoma esquizofrénico pasar por la calle y esperar que ésta se queje, que dé vuelta al frente, que dé una respuesta? ¿Por qué el doctor dice que los muros, los envases de plástico o los cuadernos no pueden gritar, romper al unísono su silencio mitómano? Seguramente porque está equivocado; es incapaz, como todas las cosas, de darme una respuesta satisfactoria, una respuesta que no se desfonde con el peso de una manzana.

La colección Cultura Urbana Libros, en las mejores librerías del DF

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sábado, 10 de mayo de 2008

Loa al bien decir

En ninguna historia
debe faltar un loco
que camine sigiloso hacia
la preciada materia;
oro que hable.

Debe haber
empujones
y detalles sórdidos,
también un rival,
un opuesto.

Ya casi está listo: A la sombra de los deseos en flor. Ensayos sobre la fuerza metamórfica del deseo, de la admiradísima Ana Clavel (librazo)

No soy ya el que parezco, no, de cierto;
Al que era Orlando Ayer, la tierra hoy traga:
Que su dama ingratísima le ha muerto,
Tanto con serle infiel le ha sido aciaga.
Yo sólo soy su espíritu, que incierto,
En crudo infierno entre tormentos vaga;
Y si mi sombra existe, es porque sea
Ejemplo a quien de amor mentiras crea.

El nacimiento y los comas (partes de Amazon Party)

El nacimiento
Mi madre había adquirido una enfermedad a muy temprana edad, a una edad tan temprana como la aparición de las hembras sobre este mundo. Entonces por tal sedujo a mi padre, se acopló a él, lo obligó a tener hijos. Más tarde lo obligó a mover pancartas por las calles, cosa que aportaría un mejor futuro para los hijos que ella le obligó a tener. Yo fui el resultado de su copla número 636, detalle que me parece treinta puntos menor que diabólico.
Cuando estuve en el vientre de mi madre hubo problemas por la abuela que no dejaba de fastidiar. La abuela era en verdad diabólica y mi madre le agarró tirria; de pronto la vieja le tiraba golpes hasta sangrarle la nariz, sin razón, y yo desde mi periscopio veía todos los detalles del rostro arrugado y los nudillos cuando extendía el puño hacía la delicada nariz de mamá.
Aquello en un principio me pareció emocionante, aunque me daba mareo. Mi mamá le decía cosas como vieja puta o ramera de mierda, mientras la sensación de mareo se volvía más intensa; el mareo se convertía en una especie de borrachera en la que mi madre terminaba soñando que mi abuela había muerto.
La abuela sólo pudo morir a través de una catástrofe que describí en el principio de esta historia, y en la que no vale la pena ahondar, siendo que en mi historia se desarrollan catástrofes aún más conspicuas.
El asunto fue que aquel rostro arrugado me era conocido desde varios meses antes que el rostro de mi madre. Cuando me cargó tuve una sensación de vértigo que acalló mágicamente en una mordedera que hacía ruiditos; cada vez que el vértigo me asaltaba había una mordedera para acallarlo, hasta que el vértigo se convirtió en rabia, la rabia en deseo, en alcohol y en playa, la playa en castástrofe, en tambor, en golpe.
Eran tales las palizas que mi madre, igual que yo, aprendió a fugarse, su forma de hacerlo eran los mareos, esos mareos que después me sumergían en un estado astral.
Cuando la abuela soltaba el golpe mi escenario se volvía un cielo completo, siempre nocturno y estrellado, con algo de perverso y de santo. Perverso y santo como las noches en que ondeaba mis caderas de espalda al mar, borracha, con deseos de caerme al piso. Las borracheras eran una réplica de mi pueril divertimento, golpes que hacían a mi madre caer desmayada en el piso una y otra vez sin que a mi me pasara nada; sólo un sueño de estrellas que giran y avanzan frente a mi, vertiginosamente.




Los comas
Cuando la enfermedad viene mi razón decrece a niveles insospechados de rabia, soy capaz de cometer arrebatos, de salir por la carretera en espera de que un trailer me pegue de frente. La rabia se me va en contra, pero nunca hasta ahora se me ha ido en contra un trailer. La rabia se contiene.
No sé si dar gracias a dios por haber contraído la enfermedad. Cada vez que se intensifica me vuelvo compulsiva, en mi fase célebre tiendo a convertirme en una megalómana. Es decir, a veces la enfermedad me gusta, genera impulsos acelerados, me gusta la velocidad.
Mi vida dio un giro importante cuando todo me empezó a valer un pito; me empezó a valer un pito ser una niña, hasta que me valió un pito ser mujer.
Adquirí la enfermedad en la playa, una playa casi deshabitada donde hay una laguna. Mi padre nos enseñó a nadar desde temprano y bajo métodos inusuales; a los cuatro años me llevó mar adentro, y me arrojó ahí, advirtiéndome que nada pasaría si seguía las instrucciones al pie de la letra: sin miedo. Mi padre me enseñó muchas cosas bajo métodos efectivos.
El tiempo que permanecimos ahí fue prolongado, un tiempo en que los martirios de la nana desaparecieron y la vida se llenó de momentos felices, de sol y kilómetros de arena.
Sin embargo la felicidad no es algo tan digno de contarse como el momento en que adquirí la enfermedad. La playa y sus escasos habitantes deja de importar; se convierte en el escenario de la catástrofe, de mi historia de golpes.
Una moto acuática golpea la cabeza de dos niñas, la primera muere y la otra queda en coma. El cerebro de la pobre niña se esparce por el agua. La cabeza del conductor golpea contra el árbol que está a la orilla de la laguna y también se esparce.
Ahí fue donde adquirí la enfermedad que me lleva a repetir siempre, constantemente, el golpe. La playa en diferentes modalidades de golpes, rítmicos y violentos, sanguinarios, asesinos extremos, genocidas; golpes de punta, de yema, de cabeza, de tambor, de bala.
Cuando salí del coma fui a vivir a una casa donde había un patio grande con la hierba crecida, en esa casa estaba mi papá y supe perfectamente quien era, puesto que hacía a penas un segundo –el segundo que antecedió a mi coma- lo había visto alejarse en una lancha con rumbo contrario al mío, con él todos mis hermanos y mi madre se despiden, mi madre con una sonrisa insistente, que se volvió una mueca llorosa.
La hierba crecida aparece justo después del abrigo peludo de la abuela, que me lleva en las piernas camino a casa, después del coma. Luego una recámara con pegotes.
Dentro de esa casa ocurre que la enfermedad encuentra una bandita de amigos perversos, que la alimentan con una concupiscencia arrogante e irresistible, que le da a los golpes un ritmo tropical, sin perder su trozo latente de tragedia. De ahí en adelante me he dedicado a vivir de mis muertes.

Lo social visto desde su lado más morboso (Entrevista para el Universal)

Link a entrevista
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/55987.html

miércoles, 7 de mayo de 2008

Runas Daeg, Gebo y Ehwaz











La bala enamorada (breve fragmento de la novela)

Morten jamás pudo quitarse la noticia del dictamen de la cabeza: asistió un día a la recepción de la editorial y preguntó a las chicas si sabían algo al respecto, durante varios minutos ellas hacen caso omiso a lo que dice, pero él no deja de insistir; no juega. Sin embargo ellas no comprenden el carácter antilúdico y amargo que trae Morten por estos días en que el desamor y el recuerdo de la Chiquis están a punto de matarlo. Las chicas parecen divertidas pintándose las uñas, él tiene tanta paciencia y sensibilidad que se calla hasta que las tipitas no tienen otro remedio que escucharlo. Pregunta tímidamente si ya está el dictamen sobre La marca de sal, a lo que las tipitas responden a coro: “rechazado por falta de madurez neuronal”, sueltan una risita aguda y se siguen pintando las uñas, las dos chicas parecen tener muy estrictas instrucciones por parte de la Chiquis, a quién respetan como a una Stalin que además les da unos tips de personalidad sabios y formidables. Morten está a punto de desplomarse en el piso, pero una inspiración casi divina lo lleva a brincarse la recepción y correr hacia la oficina de la editora; las dos chicas están tan metidas en su práctica que ni siquiera se dan cuenta de lo que sucede, hasta que escuchan un grito agudo que proviene de la oficina de la editora; es Morten que dice: “¿por qué lo hiciste?”, de pronto la editora sale diciendo: “gasa”, con una expresión fingida de tedio y aburrimiento poco acorde a la circunstancia.
Cuando la editora sale para buscar la gasa, Morten va directo a su escritorio y vierte los chorros de sangre que brotan de cada una de sus muñecas, “¿porqué?”, vuelve a gritar y sigue gritando hasta que la ambulancia llega. Es la segunda vez que sale encamillado de la editorial.
Es a partir de esta escena que la Chiquis alcanza su mayor aturdimiento; poco tiempo después de esto Jeff le anuncia su completa indiferencia sexual, cosa que por lo demás no le impide pasar unos días más en La Arcadia, siempre y cuando sean sólo unos días. Pero las cosas siempre pueden estar peor y dentro de la editorial estalla una crisis; la Liga de los Guardianes de la Ley Literaria, ha empezado a hacerle grilla; el asunto de los papeles ensangrentados ha costado un dineral a la empresa y todo por un estúpido enredo amoroso que la pobre ha tenido con un escritorcillo de quinta al que no le ha quedado más remedio que intentar suicidarse. Los rumores se empiezan a escuchar en los pasillos, la figura de la Stalin de los tips pierde popularidad a una velocidad insospechada.
En esos días se ve obligada a abandonar La Arcadia, Jeff ya se ha instalado con Mariana, que es joven, inteligente y no para de bailar. La editora está profundamente herida y el riñón de Morten le hierve por dentro.

martes, 6 de mayo de 2008

La insatisfacción como modo de vida. Por Irma Gallo. (Una reseña de El Agente Morboso)

"Soy una tránsfuga radical." Con esta frase, Rowena Bali comienza a dibujar los rasgos del personaje central de El agente morboso. Se trata de una neurótica e insatisfecha mujer cuya vida gira en torno de una psicoterapeuta, una cirujana plástica y una tarotista, y que después de algunas intervenciones quirúrgicas y hormonales termina convertida en un hombre; concretamente, en un atractivo muchacho caucásico.
No importa que para lograr ese objetivo haya tenido que castrar a un hombre y luego a un caballo, porque los genitales del primero no eran suficientemente potentes para ella; su cirujana plástica se encargó de injertárselos a la cintura.
El objetivo de esta mujer, que al comienzo de la novela es sólo una chica que se tiñe constantemente el pelo y se hace pequeñas cirugías pero nunca queda conforme, es una mujer exuberante a la que observa una tarde junto a un lago. La misma tarde en que su amante cae abatido en el piso, después de sufrir desagradables y antiestéticas contorsiones. Así, en apenas un instante, el rival de amores desaparece y esta mujer está dispuesta a todo por conquistar a la chica del lago.
Pero en esta carrera de transformaciones que nunca llevan a la satisfacción, la chica del lago también es inalcanzable. El ahora atractivo muchacho caucásico no logra que ella pose sus ojos en él, lo que nos lleva a pensar: ¿qué seguirá ahora para este tránsfuga radical? No habrá un caballo blanco en el cual llevar a pasear a su mujer ideal, y tampoco pertenece ya a la tierra de las amazonas, como alguna vez soñó.
El vacío es la única respuesta. No importa qué tanto haya hecho por alcanzar la "felicidad", pues ésta nunca asoma un fragmento.
Pero al contrario de lo que pudiera parecer, Rowena Bali no nos deja sumirnos en el pesimismo. El agente morboso está escrita con ironía y humor negro, y se ensaya como novela fantástica: en ella se entremezclan situaciones irreales, sueños y preocupaciones cotidianas, con los grandes temas como la imposibilidad del amor y, lo hemos dicho hasta el cansancio, la insatisfacción de los tiempos modernos.
Rowena Bali, El agente morboso. Libros de Cultura Urbana/Colofón/ Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2008. 140 pp.

viernes, 2 de mayo de 2008

Ezequiel 37

Desde esa noche en que te miré a los ojos
he estado reviviendo
dos cadáveres,
secos huesos empolvados.
Los he vestido con carnes dispuestas a tocarse.

El deseo de la carne que se desprende es el más furioso

Una escultura de Alberto Hernández

jueves, 1 de mayo de 2008

La Universidad Autónoma de Chapingo

Fotos este domingo, por mi

El deseo en la vejez de Medalla (capítulo 10 de la novela Amazon Party)


Medalla parecía demasiado lejos de Golina. Yo era una de las mujeres desterradas del paraíso; a nosotras las habitantes de Medalla nos había tocado un edencillo que ellas no se atreverían a tomar; nuestra felicidad era su infierno: para ellas nacer en un cuerpo como el nuestro hubiera sido la muerte. Volver a Medalla era encontrarme con mi mundo posible: mi única esperanza de vida; vida que merecía gracias a mi deseo perenne de que la Andrógina me amara algún día.
Aprendí muchas cosas en Golina, y empecé a aplicarlas en Medalla, alcancé muchos éxitos: sin embargo en ese momento yo no conocía mayor triunfo que el de Cinch y por tanto era una miserable. Vivía de coctel en coctel frunciendo buenos ceños a todo el mundo, buscando oportunidad tras oportunidad, sin detenerme nunca. Luché intensamente por mejorar la Ciudad de Medalla y aún así parecía un pestilente remedo de Golina. Por tanto iba de coctel en coctel sintiéndome una completa miserable, esperando que mi vida en Medalla me diera el mérito suficiente para llegar hasta la Andrógina.
El trabajo administrativo terminó siendo lo mío a final de cuentas, me dejé vencer, llegó un momento en que decidí quedarme sentada tras un escritorio, dentro de un despacho, hablando por teléfono con mis contactos, mandando mensajes, esperando respuestas contundentes que materializaran a sus remitentes, mis esperas sin embargo nunca acabaron, mis mensajes se volvieron más largos, más solícitos, más desesperados. Consecuencia de ellos es este último recurso de escribir largos relatos sobre mi vida en el mundillo. Los cuales florecieron cuando el trabajo administrativo escaseó.
No sentí el deseo de tener un amante hasta varios años después, cuando me volví completamente vieja. La vejez -muchos hombres aquí en Medalla aún no lo entienden- es el motor de la más intensa sexualidad femenina: el fuego de la carne que se desprende es más intenso que cualquier otro. Debo volver a confesar que mi deseo por Cinch nunca redujo su intensidad, mas yo tenía varios tipos de deseo. Conforme me fui haciendo vieja mi deseo redundó en una putería aún mayor a la que me asaltó en los tiempos de Chavo; un gran escritor del mudillo había dicho que gallina vieja hace buen caldo: era verdad, lo sabían muchos sabios señores. Estaban en el Chat, en el celular, en todos los medios que me impidieran levantar mi inconsistente trasero de la silla de mi despacho: en el despacho recibía a todos los amantes que había conocido en el Chat, al menos en mis fantasías, que transcurrían entre el aburrimiento total y la masturbación. Mi vejez no me impidió separarme de la fantasía de ver entrar a Cinch por la puerta, desnudarla sobre el escritorio y todo eso. Mi pudor de anciana me permitía llegar hasta los límites del erotismo más furioso: el erotismo de la carne que no quiere desprenderse. Me trazaba, igual que en mi juventud, estrategias en las que conquistaba a Cocho o a Guayo nada más porque Cinch estaba ocupada esa noche y todo acababa tan rápido que yo necesitaba irme a comprar un vestido, por la pura frustración, por no perder la costumbre de recibir regalos después de un rápido coito. Esta vez los regalos los daba mi propia bolsa, porque ningún habitante del mundillo podía comprarme un objeto que alcanzara el precio de mi frustración.
Cuando era joven el deseo me lanzaba a la calle y una fuerza incomprensible me ponía en la cama de un muchacho, la vejez me atrajo amantes perfectos e inexistentes y la esperanza cercana de encontrarme con Cinch del otro lado del infiernillo, para llegar juntas a una playa o a un parque mítico, donde el Chulo de Viades fuera un hombre de perfecta carne y hueso y eyaculara sobre nuestros rostros carcajeantes. Ella y yo podríamos tirarnos sobre la hierba o sobre la arena, sobre el sillón de felpa colorida o sobre el raso recortado del vestido de la madre de Maya o el terciopelo de la rubia de mierda; ahí, sobre el vestido de una novia que nunca compró un vestido de novia, estábamos Cinch y yo mirándonos eternamente los rostros, ella totalmente despojada de sus dientes de esmeralda, de sus éxitos y sus barbaridades, de sus golpes, yo despojada de mi desdicha. O ella con la cara despintada sobre la almohada de satín, yo sobre la almohada de satín contigua, en un cuarto de hotel que estaba en el lugar más in de la Arcadia, con música de pájaros en la ventana y flores, claro. Mis fantasías con Cinch durante la vejez de Medalla fueron sofisticándose, volviéndose más y más imposibles. Mi senilidad es la única felicidad que me ha quedado después de tanta y tantísima desdicha, tanta vida maldita, tanto sin sentido… y créanme, amigos, es mucha, es demasiada felicidad saber que la muerte me traerá a mi Cinch, que ella se parará ahí al final del umbral, me extenderá la mano y me llevará directito a su casa, donde tiene deliciosos guisos, bordados hermosísimos, un jardín imposiblemente cultivado, una ventana que da a un sagrado cerro, donde nacen animales maravillosos por los cuales ha valido la pena sacrificar a tantos hombres.