sábado, 24 de abril de 2021

Razón carcelaria

La razón, esa carcelera, se niega a abrir la puerta de salida y sostiene en vilo la existencia desde hace largas vidas. El alma es una entidad autónoma, decide por sí misma a quién se va a entregar y al avanzar hacia el objeto deseado va ciega imaginándolo. En la puerta se escucha el golpeteo constante del corazón que quiere salir siempre. El cuerpo aparenta, en tanto, estar muy vivo, muy contento, pero es tonto y envejece sin que nadie lo bese realmente. 

 

domingo, 4 de abril de 2021

El culpable

En cuanto terminé de contarle que Javiera, borrachísima, me había encerrado en el baño de su recámara a punta de pistola, para ahí golpearme con la cacha hasta cansarse, a mi madre el asunto dejó de importarle un bledo. 

La madre de Javiera -buena mujer- abrió la puerta del baño a patadas y evitó que su hija embrutecida siguiera lastimándome. Cuando hube justificado todos los motivos de mis moretones, mi madre ya había perdido todo gesto de alarma, ahora en su rostro brillaba el desprecio que me había acompañado desde que ella estaba encargada de alimentarme, un desprecio que se hacía acompañar a su vez de una sonrisa torcida y maliciosa, entonces respondió: algo le habrás hecho a Javiera para que te golpeara la cara con la cacha de la pistola, y se dio la vuelta para no volver a tocar el tema. Al final de estas acciones yo terminé siendo el culpable, el mequetrefe que por puto provocó el enojo de la hembra. 

Supe que no contaba con mamá desde muy temprano, y cuando la hermosa Javiera me lastimó con sus uñas y dientes, largos y duros, haciéndome perforaciones múltiples, no hice nada por contárselo. Esta vez llegué a casa con mis pantalones blancos salpicados con la sangre que salía de las mordidas y los profundos rasguños y ni así mi madre intentó preguntar sobre lo ocurrido. Aquella tarde me regañó amargamente por haber manchado esa prenda tan bonita, pero nunca recriminó a Javiera por morderme y rasguñarme. 

A mí la vieja me aconsejaba: quédate con esa muchacha, cásate con ella para que no te quedes solo, un mequetrefe solitario no vale nada. Mamá no entendía. La realidad es que Javiera era una tipa guapa, y yo, con tal de seguírmela cogiendo, le perdonaba todas las crueldades a las que mi madre parecía indiferente. Alguna vez la escuché aconsejarle que me obligara a casarme con ella a punta de pistola, pero, como ya he dicho, yo a Javiera sólo me la quería coger. Mi madre estaba ansiosa porque yo me casara y me fuera de la casa, quizá para tener otro novio, al que muy probablemente maltrataría como a mí, humillándolo de vez en vez con esa misma sonrisa frívola con que me humillaba a mí. 

Ondina terrorista

En la hondonada de tu pecho yace una mujer animal que no respira y está viva, 

vivísima bajo su sombra cautiva. Bajo tu piel incendiaria hay una lujuria terrorista, viva                   como las moscas que se agolpan en las comisuras del niño muerto. 

Sobre la onda de tu pelo en pecho duerme su pesadilla una ondina que se hunde, se ahoga y no muere; que nada despavorida en secreciones fantasmas.

Tú tienes una bomba escondida en el pecho.