domingo, 13 de enero de 2019

Un minuto para hablar sobre el tarot.

Hace 19 años que leo el tarot. Muchas cosas aprendí en esta práctica. La primera es que la vida es un juego y como tal permite que un mazo de cartas sea parte de ella.
Quienes no se han tomado tan en serio el asunto como yo ignoran que el juego invita a la acción y pretenden que los vaticinios ocurran solos, sin mover un solo dedo. No: para leer el tarot hay que actuar y seguir los pasos necesarios para que los buenos vaticinios ocurran y los malos no. Un mal lector jamás hará esta aclaración a un consultante. Todo buen jugador debe saber que la contingencia tiene un peso relevante, y que incluso siguiendo todos los pasos ningún triunfo está garantizado. Toda persona juega a vivir, incluso aquellos que se quedan viendo la tele o contemplando el techo de su habitación, deprimidos y tristes, tienen una forma de jugar, mal jugar, supongo.
Otra cosa que enseña el tarot es que incluso los analfabetas pueden leerlo. Está compuesto por signos universales, reconocibles y evocables en escenas cotidianas concretas en la vida de cualquier individuo. Se le puede leer, por otro lado, en forma erudita, deconstruyendo cada uno de sus complejos signos, ordenados eclécticamente, conforme a una abigarrada cultura popular, acuñados en una Edad Media que lo explica todo a partir de una espiritualidad dividida, judía, musulmana y cristianizada. No debería aclararlo, pero hablo concretamente del tarot de Marsella, a partir del cual se generó el amplio resto de los tarots que actualmente aún se reproducen en versiones. De estas versiones mi única favorita es la de Dalí.
El tarot es además un gran disparador de la creatividad, su lectura incita a la imaginación de situaciones y despierta la inventiva en torno a la solución de problemas. Literariamente oprimió un botón en mi cabeza, pues en el año posterior a mi inicio como lectora de tarot escribí un poemario, mis dos primeras novelas e inicié una tercera, además de un sinnúmero de prosas breves.
Aprendí también que un mazo de cartas puede darte de comer. Cuando abandoné un trabajo buenísimo por una vida bucólica, digamos, y esa vida fracasó, el tarot me alimentó durante los meses más felices de mi vida y me llevó a producir un libro más.