miércoles, 30 de julio de 2008

Mira todo lo que hago por mirarme a mi mismo

Un sticker de Fly, fotografiado por Federico Gama
No tengo nada, no soy nadie, ninguna gracia me ilumina: soy un actor en género neutro que siempre está preparado para actuar en papeles de menor importancia.
Para ser como yo hacen falta décadas de fingimiento, de irracionalidad programada: ser una maquinaria de atuendo gracioso. Ser mujer en el sentido estricto de la palabra; ser hombre –en el sentido estricto- y nunca cansarse de planchar y replanchar el mismo atuendo marcado por arrugas insondables y cicatrices tránsfugas en la entrepierna.
Los cuerpos deseados de mi vida, vestidos y desnudados una y otra vez, sólo desearon mirarse a sí mismos junto a un cuerpo que, secretamente, sólo se miraba a sí mismo junto a otro cuerpo, que a su vez se miraba a sí mismo junto a un cuerpo.
En lo que me queda de vida haré hasta lo imposible sólo para verme un día iluminado con la gracia de un reflejo.

Viuda extrema

Le inyectó veneno,
lo colgó,
le dio un tiro,
le enterró cien navajas,
lo machacó,
lo hizo puré,

lloró un río y un mar,

un Apocalipsis
causó,

con los siete
jinetes cabalgó.

El mundo
de hombres destruyó
y una gran tropa
de andróginos creó.

martes, 29 de julio de 2008

Hoy a las 10:00 PM, en Radio Efímera.

Hoy estaré platicando con Moon Rider, Javier Moro y varios poetas invitados, sobre el concurso En busca del poeta desconocido (que promueve Cultura Urbana y la UACM). Leeremos poesía, fumaremos cigarro tras cigarro y tomaremos copa tras copa.
Por Radio Efímera a las 10:00 PM.

lunes, 28 de julio de 2008

Máscaras vemos

Una foto de Diego Cornejo Choperena, de la serie Martes de Arte en Tepito.

El repiqueteo de la lluvia. Por Diego Cornejo Choperena.

Tarde de Lluvia, por Diego Cornejo Choperena, para la serie Calle Viva
La lluvia tupida choca contra el techo. Forma corrientes en los canales de la lámina y cae en chorros que deforman el lodo del piso. Dentro del cuarto, el Picochulo escucha. Abre los ojos desmesurados. Encuentra las sombras que lo aproximan al Muñeco, a su muerte bajo el chubasco. Y vuelve a cerrar los ojos; aprieta los párpados. Quiere olvidar la sangre que escurre del techo y cae en la alcantarilla por la que se fue la lluvia de su amigo. Un escalofrío lo estremece. Huyen. Las calles enlodadas les impiden escapar. El Muñeco tropieza. No logró levantarse. Le traían ganas porque se había metido donde ni yo me imaginaba que se atrevería a entrar. Fue algo tan vale madres como que exista una banda tan cabrona, brava. Cuando él me lo contó, así, de repente, en medio de la lluvia, se nos dejaron venir en montón, y nos pelamos, escapamos a través de la madrugada que lo empapa de tanto pesar que le echa encima. Nos persiguieron entre los charcos, arrojando amenazas con sus voces desconocidas. ¡Párense ai, culeros, o valen para pura chingada! Pero no, no ahora que los filos acechan. Ahora que anda bien méndigo, sin un billete para pasárselo a los tiras y, cuando menos por hoy, que lo dejen en paz, escuchando el repiqueteo de la lluvia, el resonar de los relámpagos que se cuela a través de las paredes salitrosas, de los tinacos, de los techos de lámina. Escapa en busca de cuartos derruidos. Atrás se queda el Muñeco, rogándole con sus lamentos que le ayude. Corre, se adentra en el sudor frío, en la habitación que suena a cuerpo mutilado. Todo por puras mamadas. Ondas del Muñeco que se paseaba entre las chavas rodeadas de cumbias, creyéndose muy galán según él. Sólo que llegó a la esquina donde encontró a la chava enamorada que resultó ser el Bardot -con su fama de ser una cabrón bien ojete (hasta ese momento sin sospecha alguna de que fuera puto)-, que le dio vuelo en el baile, repegado a él en la penumbra, dejándose hacer, hasta que al Muñeco le entró el arrepentimiento y eso no le gustó al Bardot. Desde ahí empezó a saberse que de él o de nadie, sentenció al Muñeco. Ya conocíamos que al Bardot le dolía mucho la burla y más el desengaño con las chavas (¡pero no con los machos, cabrón!)). Lo buscó, le regaló, le ofreció moneda, le rogó al Muñeco, que terminó riendo con sarcasmo o, más bien, sacado de onda por el asedio, que nunca se imaginó, del Bardot. Y ni para qué meterse en esas broncas, en ese pavor que retiene mis pies hundidos en el suelo, apretujándome a un muro. Alcanza a percibir aquellos maquillajes escurridos que se acercan amenazantes. Caen sobre él. En un momento, el Muñeco queda desarticulado, acarreado por la lluvia que corre como río. Más allá, hundido en la angustia, el Picochulo recorre las calles caídas. Entra en las viviendas deshabitadas de la madrugada. Los tiras que desencadenó la acusación del Bardot, lo acechan como perros hambrientos. Lo agobia el temor de que salten sobre él y lo devoren. Empiezan por las piernas, causándole ese dolor que lo obliga a abrir los ojos llorosos para recordar cómo el Bardot y su banda se cebaron en el Muñeco. Lo abandonaron en un charco turbio, masacrado, gacho. Eso es lo que más le atormenta, que el patio de la vecindad le parece inalcanzable; cada intento por acercarse a la puerta desvencijada, lo aleja, lo separa de su posible salvación. Parece que nunca alcanzará la penumbra en la que quiere confundirse entre los cuerpos deshilachados que cuelgan de los tendederos. Cuando finalmente lo logra, los tiras se arrojan sobre él. Lo atrapan antes de que se diluya en la sombra. ¡Yo no fui, se lo juro, jefe! ¡Yo no chingué al Muñeco! El tira lo ve, se prepara para abrirlo en canal y esculcarle las entrañas. ¿Entonces por qué corrías, cabroncito? Es que tenía miedo. ¿Miedo de qué, a quién? Calla, no se atreve a pronunciar que le teme al Bardot, a su banda, a los tiras, a la muerte que cae como lluvia sobre las láminas del techo de aquel cuarto en el que la imagen persistente de su amigo se desarticula. De repente cree que vuelve a escuchar los lamentos agónicos del difunto...
Dosfilos permanece inmóvil, con los ojos bien abiertos y los oídos atentos. Ansía que pronto termine el repiqueteo de esa pinche madrugada lluviosa...

Diego Cornejo Choperena 30 de junio del año 2006

domingo, 27 de julio de 2008

Negroazul

La orilla de tu cuerpo es ya un
océano de nailon azul.
Tu cuerpo ya duerme
su siesta eterna,
se ahogó en licor negro de pasas,
después de una larguísima orgía.

viernes, 25 de julio de 2008

Poema para una tránsfuga meretriz

Una noche escribiré tu poema
y lo aprenderás
hasta que al amor fugaz
carcoma tu arrogante olvido.

Aprende antes de olvidar
lo que tu nombre tránsfuga significa:
"Todos los amores
para una sola meretriz"

Antes de olvidar
lee fuerte y claro la palabra que el grito bendijo
y el murmullo maldijo.

domingo, 20 de julio de 2008

Hoy este blog es confesionario de íntimos secretos

Yo hoy
Hoy me he dado otro tiempo para alimentar mi egocentrismo, como si no estuviera ya a punto de estallar, como mi Gordo Capitalista.
Siento vértigo mientras subida en mi hamaca –que instalé en la sala de mi casa para rendir largos tributos a la naturaleza pendular del amor- me saco autofotos y pienso en ti. Sé que tu mirada veloz se ha paseado una y otra vez por aquí. Me pregunto muchas cosas acerca de esa mirada: ¿Cómo es que ha podido ser tan futurista? ¿cómo ha podido adelantar tantos años a su tiempo? ¿porqué me siento tan anciana, tan decrépita, tan a punto de tocar la tumba frente a ella? ¿porqué al posarse sobre mi cara marchita, debe adentrarse al pasado, para buscar los ojos insospechadamente ausentes de mi madre, a la que no conoce si no en una lejana fotografía? ¿porqué deseo hoy alejarme de ella, volver a mi pasado de nínfula ideal?

Roco o el reencuentro con el falso semental cinco estrellas (Cap. 8 de Amazon Party)

Tan acostumbrada estaba a las interminables peroratas de Cinch que me había vuelto lacónica, a veces las personas pensaban que era muda o idiota. Pero un día no pude contener mi coraje, el cual terminó por liberarse gracias a las largas terapias de chisme y desenfado que pasé junto a aquellos renovadísimos compañeros de adolescencia. Entonces tracé una estrategia; busqué a La Andrógina y le solté una larga cadena de palabras bien articuladas, sin que se me trabara la lengua. Varios días antes estuve ensayando como me comportaría en el reencuentro; frente al espejo calculé cada uno de mis gestos.
Coloqué una grabadora en mi gabardina azul eléctrico y grabé todo lo que hicimos y hablamos. Transcribo a continuación lo que le dije:
–El día que me convierta en lo que tú quieres ya no voy a ser tuya, Cinch. No te tengo envidia, no quiero ser como tú, a mi me gustan los hombres imperfectos, no los voy a matar por ese mundillo tuyo, en el que yo soy sólo carnada, a penas un pastelito para tus leones. Mis ojos no han visto una Arcadia tan bella como la tuya; yo crecí en una selva, caminé sobre una hierba crecida que me cortaba las pantorrillas, más tarde caí en una playa infernal en la que me enfermé, mi vida ha sido una cadena interminable de catástrofes. Mi nacimiento fue registrado en la ciudad de Guaguá y tuve a penas la fortuna de conocer la gloriosa ciudad de Medalla, también conocí La Gran Copa y La Manga, pero a Golina no he llegado aún. Terminé de crecer en el parque, frente a los testículos del Chulo de Viades y junto a ti, ¿ya no te acuerdas?
Cuando terminé mi discurso La Andrógina quedó tan apabullada que se lanzó a mis brazos, como solía hacer cuando se le quitaba lo macho, cuando se le ablandaban los músculos. Me plantó unos besos desesperados y cuando intentó meter su mano bajo mi gabardina encontró la grabadora, entonces me plantó un fuerte puñetazo en la sien y me dejó en el piso, todo quedó registrado sin que ella hiciera el menor gesto de apagar el aparato, al contrario, lo aprovechó dejándome un mensaje:
-La próxima vez que te vea, pinche Cata, te rebanaré las dos chichis, maldita, maldiiiiiita, maaaaalditaaaaaa…!
Varios meses después me encontré ante la sonrisa de un médico de unos treinta y seis años, con la piel muy morena y barba de candado, los dientes blancos y derechos y un narcisismo encantador y desquiciante, si es que ambos adjetivos pueden juntarse; era mi amigo Roco. Un ejemplar que estaba como para acercarse a él, escucharlo hablar dos o tres minutos y echarlo a la jaula de los leones; si no hablaba podía recibir el breve beneficio de una bella amazona. Tenía un defecto tan conspicuo que merece ser mencionado en el primer sitio de esta larga cadena de defectos que es Roco: poseía una visión muy inflada de sí mismo. Por tal creía sinceramente que él, con ese cuerpo a penas librado de la obesidad y esos gestos tensos y apresurados, era nada menos que el Semental Cinco Estrellas o su equivalente. En su escasísimo y desconocido mundo yo no tenía espacio suficiente.
En ese momento no había entendido muy bien los designios que aún, pese a todo, seguía dictándome el recuerdo de La Andrógina. Esos designios, debo decírselos, no eran alcanzables para mí, a penas nacida en el infeliz anonimato de la realidad. No podía acceder a ese mundo; ella era la personalidad vampirizante de la envidia de lo que yo jamás podría ser. Ella era, al fin, la única emisaria de mi Arcadia.
Actualmente sigo siendo fiel a la doctrina de que callo calado hace más callo, y el sufrimiento a mis setenta y tres años me las pela, me podría caer de un tercer piso y me valdría madres pasar otros siete meses en el hospital, me valdría madres que Cinch me mandara al carajo otra vez, me valdría madres que mi madre me dejara abandonada en una ranchería hostil, y que mi abuela me golpeara otras doscientas veces o que me diera por enésima vez mi chupón. En fin, en aquel entonces yo apenas había cumplido los veintitrés.
Cuando Roco me miró a los ojos sentí que se me retorcía el vientre, sus manos eran excesivamente pesadas y su exploración me lastimaba. Como médico no estaba mal; algo suponía yo de terapéutico en el maltrato de los doctores. Cuando el toqueteo cesó me miró como si mi salud le importara más que nada en el mundo y se lanzó a pronunciar palabras de aliento como si yo realmente estuviera enferma, me consoló como si mi sufrimiento fuera insoportable, cuando en realidad yo me sentía en una posición más afortunada que la suya. Cinch me había contagiado su soberbia, me convirtió en una versión inferior a ella pero superior a Roco. Este desprecio profundo y sincero que le guardaba me ayudó a solventar mi pena. Estar con Roco, pues, era una tortura necesaria que me ayudaba a curar las heridas acumuladas durante seis meses.
Después de mi absoluta recuperación y alta, Roco me invitó a cenar. Fue de lo más desesperante sentarse a platicar con él:
–En estos momentos debes sentirte muy mal, yo lo entiendo, ahora mismo debes necesitar que yo te abrace… así te gustaría estar. No dejes que ningún hombre vuelva a usarte, para luego irse con su mujer y dejarte a ti golpeada, hecha polvo, carajo, ¡Qué mal te ves! –sonreía, me miraba a los ojos, su iris temblaba ligeramente, intentaba decirme que él estaría a mi lado para siempre, para protegerme, a no ser porque su esposa no le permitía amar a otra a quien se tirara. No le impedía, pues, que se tirara a otra. Este necio monólogo se repitió en diversas variantes durante la cena. Roco no comprendería jamás que yo no me sentía en lo más mínimo atraída por él; puesto que era sin duda lo que Cinch llamaría carne para los leones. Lo último que Roco podría imaginar a causa de su complejo de Semental Cinco Estrellas era que yo estaba sufriendo por una Andrógina, mucho más mujer que hombre, a quien no le valían un pito las esposas, ni los hombres, ni yo, y que era capaz de golpear con cinco veces más fuerza que él, que me había mandado al hospital ya en treinta ocasiones y que yo, con la esperanza de recuperar mi vida una vez más, lo consultaba a él porque su tortura médica me resultaba exorcizante.
Después de evadir su intento por besarme lo despedí con toda diplomacia, –no olvidando el golpecito en la espalda– y salí del local sin permitirle hablar más, se rió socarronamente. Roco, pese a sus grandes defectos, era un gran amigo.

sábado, 19 de julio de 2008

Poeta Owen

Tengo la nave atolondrada
por culpa de un atolón.

Tengo en la cabeza
un litro de atole
de civilización.

Me he quedado
en el pasado
y el tiempo pasa,
sin poder
dar paso al frente.

No me importa
la vida del futuro:
quiero volver a la tierra
como una poeta Owen.

Volver a ver
mi muñeca
agitarse
sin ninguna medida,
sin escuchar la voz
de nadie,
en el jardín contiguo.

Desatorarme.

Aquí en La Lacritud

El cielo en La Lacritud tiene una formación legionaria de estrellas, las más brillantes se llaman ascensos, tienen la característica de apagarse a voluntad, cuenta la señora de la palapa que quince de ellas desaparecieron cuando era niña y que volvieron a aparecer cuando cumplió los quince. Como en La Lacritud no hay tele, ni luz, ni computadora, uno tiene tiempo para fijarse en los detalles más nimios del cielo; no todos los ascensos duran tanto apagados, yo misma he podido ver ascensos desaparecer por unas horas; varias veces, mientras empezaba a hacer el recuento de legiones uno de los ascensos desaparecía, cuando terminaba ya habían desaparecido otros dos, ni la señora de la palapa sabía explicarme qué sucedía o hacia dónde iban. A veces los ascensos sólo desaparecen a la mitad, parecen párpados medio abiertos.
Los triarios son el tipo que más me gusta, el centro es de un azul tan claro como los ojos de mi amado. Pareciera que están hechos de agua, si miras con atención, puedes ver cómo del círculo azul emana una luz mucho más tenue, la separación entre un triario y otro es de un dedo meñique de mi amado, visto a un brazo de distancia. A veces el ojo del triario se entorna, formando un hermoso halo negro.
Hay un detalle fascinante en el cielo de La Lacritud: todas las estrellas son distintas. Hay algunas estrellas, sobre todo entre las leves, que tienen un carácter irritable y quién las observa con detenimiento puede causarles disgusto y morir tirado en la arena, boca arriba y atravesado por la lanza de una heroína. La señora de la palapa cuenta que muchos visitantes mueren de esa forma, ella conoce todas las formas en que puede morir un visitante. Por ejemplo, una vez me contó que a los rosarios les gusta jugar con los cauriaureos, los cauriaureos son unos caracoles que encuentras fácilmente en la arena de La Lacritud, si te los pones en el oído y cantas ellos te siguen la tonada. Los rosarios también cantan para combatir, pero también para divertirse, la canción más temible de los rosarios es la canción de Kail. Muchos visitantes mueren porque acercan un cauriaureo a su oído, si algún rosario está jugando con él la canción de Kail se interna en el alma del visitante, quien vaga durante algunas horas sin poder detener su canto y termina por ahogarse en el mar.

martes, 15 de julio de 2008

Cultura Urbana una vez más en Ibero 90.9 de FM.

Escúchame mañana miércoles a las 11:00 am, por Ibero 90.9 FM, en el programa DFM, que conducen el buenazo de Agustín Peña y su compañero Edén Bernal.

lunes, 14 de julio de 2008

Seguimos negros

Y como ven,
amigos,
sigilosamente,
como gatos negros
en la noche de fuego,
nos hemos internado en sus casas,
hemos mordido
esas raíces
que ustedes defendieron tanto
con sus puñitos enlazados.

En este momento
estamos
donde no entra la luz,
y la luz es brillante.

jueves, 10 de julio de 2008

La vida de esta broza

Metida en su choza,
dichosa,
no hace cosa alguna provechosa,
si no escuchar voces
de gente sospechosa,
y atender a la pobreza,
que muy moza,
se sienta con ella,
a tomar la taza de café,
todos los días.

San Mateo 10. Jesús, causa de división


"No crean que yo he venido a traer paz al mundo; no he venido a traer paz, sino lucha. He venido a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra; de modo que los enemigos de cada cual serán sus propios parientes.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no merece ser mío; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mi, no merece ser mío; y el que no toma su cruz y me sigue, no merece ser mío. El que trate de salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa mía, la salvará."

martes, 8 de julio de 2008

No más negros


Ahora que cuento tantos
años,
me doy cuenta
de que la juventud me ofusca.

Vivir en la sombra,
eso ha sido para mi la juventud.
Tuve el alma
del marinero,
que sigue las miradas
de las mujeres,
sus puertos, sus faros,
sus constelaciones.

Cuánta ceguera,
cuánta estupidez,
cuánta sordera.

Conforme voy contado años
me doy cuenta
de que no hay nada
más bello
que la blancura de las canas.

Llegué a mi vejez
más cansada que nunca,
me cansé de mi,
se cansaron de mi.
Repetirlo no parece suficiente.
Me cansé de repetirlo.

He dejado varios custodios,
todos amigos,
hombres todos.
He dejado un hijo, varoncito,
a dios gracias.
He dejado escrita
mi feminidad,
mi odio narcisista
por mi misma,
mi sexismo, mi prostitución,
mi vicio, mi vida.
¿A quién le importa?

Soy lo que fui,
nadie me inventó,
nadie me bailó,
nadie me miró,
nadie me reconoció,
ni en mi propia foto.

Nadie ha visto mi inmoralidad,
ni mi yo dividido
que no piensa,
sólo actúa.
Una vez me desnudé
y ninguno me miró.
Me importaban las miradas
de los hombres en ese momento.
Quería mirarlas
como constelaciones,
gemelas de la mía.

Ahora ya no busco
constelaciones suspendidas
en un cielo negro,
busco sólo blanco.

En el camino

Aquí voy, chiquito,
directo a tu pecho de vellos rizados,
directo a tu corazón desvelado,
directo a tu respuesta amarrada,
marrana, sucia.

Aquí vengo, papi,
no te hagas el disimulado,
no seas mula, desdichado,
no te quedes a mitad del camino
tozudo y cansado...

domingo, 6 de julio de 2008

Beso mendicante

La plaga no le cae
a la fruta amarga,
no le hincan
los dientes
a la savia venenosa
los animales.

Por eso quiero conservar
mi veneno,
mi preciada amargura
de pequeños placeres mendicantes.

Moverme,
no quedarme sin bailar
al viento.

Vivir de
hambre,
sed, deseo
y frío.

Besar al invisible
que me mueve
lejos de ti.

jueves, 3 de julio de 2008

Zoofilia

Me pregunto por qué las damas
hablan tanto sobre sus cerebros;
es una obsesión que no me explico.

Mujeres de gran inteligencia
conservan la esperanza
de que alguien vea
el volumen
de su masa encefálica.

¿Es importante la medida?

Creo que no.
Y lo creo porque mi deseo nada cambia
a causa del tamaño de un cerebro.

Balita


Desde aquella noche en que te apareciste supe que querías hacerme un daño mortal. Mi riñón era el órgano que me alertaba de tu horrible presencia. Me empezó a avisar con breves punzadas que en pocas horas se convirtieron en puñaladas. Todo aquello fue por el susto de verte aparecer de repente donde jamás habría imaginado, con aquellos estúpidos lentes que me vigilaban entre una muchedumbre de chavos hasta las chanclas.
De alguna forma pude salvarme de ti, pero tu obsesión me empezó a atormentar tanto que tuve que terminar de leer el bodrio y ahí ocurrió la catástrofe.
Justo cuando terminé de leer el riñón me estalló en cientos de trozos inconfesables; todo aquello por la amarga impresión de que cada una de tus palabras inmundas retrataba mi vida, mis vicios, mis complejos y hasta mis perversiones.
En una casualidad trapacera te encontrabas ahí, ¡en la oficina! en el momento que ocurrió el estallido. Ya era bastante, ya era suficiente. No sólo eso, te las agenciaste para implantarme tu órgano, me pusiste en coma varios meses, y cuando desperté... ¡ahí estabas!, con tu estúpida cara que va más allá de toda posible alucinación. Hice que te expulsaran inmediatamente de ahí.

Monomanía

"Dominos" de mi queridísimo Juan Pablo de la Colina
Estoy esperando
el momento preciso
para perder el control;
voy a tu casa.

El absurdo
sigue murmurando
en la boca
de las cosas;
voy a tu casa.

Pasaremos el tiempo
ilustrando nuestra guerra
y una vez derrotado
tu placer por el mío,
mudaré en un disparo
mi imagen a tu mente.

martes, 1 de julio de 2008

Mejor bailar


Para cierto tipo
–sumamente frecuente-
de hombre
es mejor mantenerse
en el plano de lo inalcanzable.

Mostrarse lejana,
si es en foto, mejor.
Si tú, amiga, deseas casarte,
mándale tu foto,
pero no te le presentes.

Se casará con tu foto,
le aplaudirá,
la exhibirá,
la venderá,
la venerará,
le compondrá canciones...
¡Qué todo el mundo se entere
de que una mujer [¡al fin!],
se ha interesado en él!

Su realidad,
ahí donde lo ves,
es tan profundamente triste
que tiene que armarse
de un rotundo fingimiento
para soportarla.

Reconoce a una mujer
cuando es inamovible.
Cuando la ve moverse,
cuando la tiene cerca
como una felicidad
intensamente deseada
y plenamente tangible,
empieza a vislumbrar su fealdad.

No sabe moverse,
no sabe bailar
(a mi me bastaría
con el baile,
el vuelo
se lo dejo a los divinos)
Le pone altares a su falo
volátil, precoz, ralo.
Adorarlo es inútil,
desearlo también.

Amiga:
antes de
mandarlo a la chingada,
intérnalo,
haz algo por él.

Para otro cierto tipo de hombre
es imposible no clavarse
como un hito
en el alma.
Es imposible
que dos piernas
se le mantengan quietas,
porque sabe bailar
y con eso le basta.

Pesimismo

"Control, control, no responden los mandos!!". De Juan Pablo de la Colina
Desde el primer momento ese portafolios tan abultado despertó sus sospechas; es una mujer pesimista, por tal tendencia se le ha fruncido el ceño. El hombre entró al café y pidió un té, preguntó si había cigarros y, como no había, anunció que iba a buscar unos; el tipo, ahora que lo piensa (y perdonen que sea yo tan omnisciente), tenía un aspecto muy indeseable; parecía un inspector de salubridad, de esos que piden dinero cuando hay cucarachas en la cocina. Esta vez no tiene cucarachas, las roció la otra noche, no puede haber muchas ¿habrá?, ¡ay dios!, se asoma tras el refrigerador; todo en orden, las cucarachas están bien metidas debajo. Es posible que el hombre no tarde mucho en regresar, ¿qué tal si fue por un amigo y juntos se ponen a supervisar todo al detalle y entonces encuentran el nido de cucarachas y le cierran el lugar?
El portafolios está sobre la mesa, decidió quitarlo de ahí y guardarlo tras la barra, no vaya a ser que alguien se lo robe, el peso de aquello le pareció alarmante, ya estaba empezando a darle un ataque cuando vio que del cierre colgaba un llavero con una bota de cuero en miniatura. Como además de pesimista es morbosa, empezó a imaginarse que en el interior había una pantorrilla humana con todo y su pie, una pantorrilla de mujer. El tipo, por cierto, tenía cara de asesino, algo parecido, ahora que lo piensa, sí, ¡no puede ser! ¿Qué va a hacer ahora con un portafolios relleno de una pantorrilla femenina, con todo y su pie y su zapato? (para entonces ya tenía en mente uno de plataforma, rojo, como de puta). El hombre desapareció, de plano, seguro alguien vendría pronto a detenerla, pues él ya puso una denuncia, y la encontrarán con el pedazo de cadáver ahí mismo, ¿y si además trae droga?, es decir; para matar a alguien tan brutalmente, (aquí empieza a llorar) para cortarle la pantorrilla a una pobre puta, hace falta andar de veras muy drogado (¡dios mío!). Casi está punto de arrancarse dos mechones de cabello, uno por puño y se le han hecho dos profundos surcos en el ceño. Tiene que tranquilizarse, piensa, la policía escuchará su declaración, la descripción del tipo; tenía una estatura poco común, unos cincuenta años, corpulento, de piel morena, con cara de maleante, de psicópata, de inspector de salubridad, era fácil dar con él. Había dejado el portafolios en la barra. De pronto su ataque de pesimismo le da una ligera tregua en la que un haz ilumina su mente; el portafolios trae uno de esos candados miniatura que se abren con un pasador. Le gana el ansia y tiene que usar la segueta, medio minuto después entra el dueño del abultado portafolios. Ella se ha arrodillado atrás de la barra, sin reparar en la pequeña llave que pende junto a la bota en miniatura.
Parece sospechoso, sin duda. Al verla con ese manojo de papeles en las manos el tipo sólo se queda pasmado por unos segundos, luego le arrebata el portafolios e introduce enervado el manojo. Han pasado unos tres minutos desde que salió a comprar los cigarros.