«Los griegos inventaron dos formas de escritura donde las palabras eran capaces de rebasar al texto, salirse de él. Uno era el ostraquismo: letras, frases y nombres anotados en pedazos de barro cuyo conjunto fragmentario producía una valoración colectiva (votar por ejemplo). El otro modelo eran los palimpsestos. Manuscritos que conservaban huellas de una escritura anterior borrada artificialmente, para reescribirse de nuevo. En la Edad Media, ese modelo ayudó a rescatar infinidad de obras. Entre ellas a Platón. En cambio, para la posmodernidad los palimpsestos significan una alternativa de la literatura. Mientras que la mayoría de los autores contemporáneos se acercan más al ostraquismo, cuyo mosaico propone el conjunto fragmentario de un desorden estético, Edgar Reza apuesta por la reescritura, es decir, la comprensión de la obra como un ser que nunca detiene su transformación. El libro como cosa que se gesta y nace muchas veces. Palimpsestos es una forma de reinventarse. Deja de mirar la tradición romántica que obligaba al genio creativo y hace del arte de la imitación (imitatio) una forma de aprendizaje. Se trata del gozo doliente que significa encarar a la naturaleza, pero también a la condición humana. Ante nosotros tenemos un texto inacabado porque vive. Pero ello no quiere decir que el libro de Reza sea incompleto. Por el contrario, abre una puerta que se acerca a siete siglos de reinvención homérica y, por lo mismo, reta a la literatura de ruptura que tan ufanada está en reventar al pasado. Los poemas o formas de ficción aquí presentes se alejan de la mala conciencia que, por ubicarse en la costumbre de la provocación y el escándalo, se ha convertido en un statu quo imperial, aburrido y cursi. Enhorabuena Palimpsestos aparece para recordarnos que los libros son cosas vivas. Según la ética reziana, en veinte años Palimpsestos podría aparecer transformado en otro prodigio idéntico y opuesto. Por lo pronto, leerlo ahora nos acerca al placer de dialogar con la civilización.»
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