lunes, 25 de agosto de 2008

Balita


Una tarde el auténtico hombre hermoso me anunció que tendríamos evento; iríamos a una premiación. Me untó un aceite que olía a rosas y cambió el aserrín y el plato. Cuando dieron las nueve el hombre, más auténtico y hermoso que nunca, salió conmigo en el jaguar. Cada vez que me llevaba a una fiesta yo conocía la felicidad. Aquella noche algo me alertó, él se veía tan bello que iba a ser imposible que alguna de las gimotonas presentes en la fiesta no se le acercara y terminara acostándose con ella mientras yo esquivaba corriendo de un lado a otro los cuerpos desnudos sobre el colchón. Siempre, pese a la felicidad, me asaltaba esa angustia. Y así, tal y como yo temía, ocurrió. Mi hombre auténtico se topó con una gimotona. Salió de la fiesta abrazándola, mientras ella sostenía divertida mi blanca jaula de gala. Yo sólo tenía ganas de morderle la mano, pero no podía. Cuando llegamos al departamento sentí una daga atravesándome el corazón. El hombre auténtico fue a preparar un vodka martini y pude ver como le echaba unos polvitos al vaso de la chica; me guiñó el ojo, como para decirme que yo era la preferida, sin embargo hubo poca contundencia en el gesto. Mi cuerpo temblaba. Cuando regresamos a la habitación la gimotona parecía muy excitada. Cuando se bebió de un solo trago el vodka que mi hombre auténtico le preparó, se convirtió en una monstruosidad. Unos minutos después mi amado me sacó de la jaula y me puso sobre el colchón –como era su maldita costumbre en esos casos. Estuve a punto de morir aplastada varias veces durante la noche. Cuando intentaba escapar la gimotona me atrapaba, de pronto se le hizo bueno apretarme en su puño, cada vez que gimoteaba me apretaba más. Me sentí desfallecer. Al terminar la noche estaba exhausta y magullada. Aquello sólo sería el inicio de una gran pesadilla.

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