jueves, 7 de agosto de 2008

Con varios objetos


Creo que estoy esperando un hijo; lo siento exactamente igual que la primera vez: un bulto, movimiento en mi interior, crecimiento, oscurecimiento de pezones, nauseas. Lo que no sé es cómo diablos llegó ahí, hace más de seis años que no toco hombre.
La verdad pienso que el Anticristo se aloja en mi interior. Eso sí que es tener suerte, no sé si buena o mala. Al Anticristo yo me lo imagino como un tipo impecablemente perverso y bello. No sé si dentro de sus perversiones esté el consentir a su madre, ¿Qué tal si es un hijo malagradecido?, ¿Qué tal si es como un alien y luego me revienta? (¡puhá!)
Hay veces que pienso que es hijo de dios, porque he llevado el voto de castidad, aunque tengo que confesar que he pecado. Seguramente va a ser un buen chico, ¡la de admiradores que voy a tener cuando me convierta en virgen!
Conforme va creciendo me voy familiarizando con la protuberancia, los ataques de incertidumbre me dan insomnio, por lo demás he tenido un embarazo bastante aceptable. La panza es un poco extraña, a veces le aparecen unos chipotitos duros que empujan hacia afuera, suavemente.
Salgo a caminar por las mañanas y a veces una sensación de tibia megalomanía me inunda; me voy al campo y me interno lo más hondo que puedo en el verdeazul: el dedo de dios apunta hacia mí, los pájaros traen mensajes. Definitivamente el hijo de dios vive en mi panza. Más tarde caigo en la cuenta de que el Anticristo ha llegado. Estoy francamente confundida.
De pronto sueño que los gendarmes del infierno me ponen a parir en la horca, mi espíritu se debate con Odín y todos sus muertos. Cuando despierto contemplo la estampa de la vírgen que tengo colgada en la pared, suspiro y me tranquilizo, esa mujer está ahí para protegerme, ella sabe la angustia que pasa una madre, más cuando espera un hijo de padre incierto.
El día esperado siento una bolita, algo parecido a media caquita de conejo saliendo de mi vagina, más tarde la bolita empieza a emerger como una pequeña serpiente. El emerger de la serpiente se interrumpe y al tacto es más bien como una lombriz algo gorda que se enreda en mi vello bañado en sangre, la desenredo: es un índice bebé, muy blanco, con cara de yo, tiene mis ojos y se parece al hijo de un ave, no parece totalmente perverso, también es tierno, ¿niño o niña? ¡es una niña! ¡una perfecta bebita índice con cara de yo!
Estoy a punto de tomar la bocina para hablarle a mi madre cuando siento salir una larga serpiente: índices, meñiques, anulares, pulgares. Todas son niñitas, se onanizan formando una hilera. ¿Cómo le voy a dar de comer a tantas dedas bebé?, luego sale un conejito muerto, también con cara de yo, luego un cepillo de dientes, tres plumas, una botella, un sacacorchos, dos velas, una zanahoria, un tubo de gel, dos rastrillos, una pinza rizadora, un encendedor, un martillo, una pastilla de sulfuro, un bat de béisbol; todos mirándome con sus hambrientas caras de yo. Tienen un olor muy desagradable que está a punto de marearme. ¡A la tina!
Ha sido relativamente fácil, la primera vez tuvieron que internarme. Mientras preparo el agua voy verificando todos los sexos, todas son niñitas. Entre las deditas se llevan bien, juegan y se onanizan, la pincita rizadora ha hecho migas con la zanahoria y las dos velas, la tubita de gel se ha identificado con la botellita y las rastrillas, la bat de beisbol y la martillita son casi gemelas, las tres plumitas juegan entre ellas, la pastilla de sulfuro no sobrevive bajo el agua, ella y la conejita son mis únicas pérdidas, gané unas hijas preciosas.
Mientras chapotean en el agua una honda felicidad me embarga; parecen gustarse mucho entre sí, me siento aliviada, la paz y el amor reina entre mis hijas. Exonerada; sólo me queda confesar que he pecado con varios objetos.

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