viernes, 1 de agosto de 2008

Balita


El escritor que escribe porque no le queda otro remedio puede ser, por ejemplo, un maniaco depresivo que termina dándose un tiro en la colonia Clavería, sin que nadie –ni siquiera su madre– se entere de que el ropero está atestado de poemas brillantes. Más tarde la pobre mujer los venderá junto con todo lo demás. La madre en cuestión solía desconocer la importancia del arte en todos sus terrenos, por tanto incitó violentamente a su hijo (a estas alturas recuerda los gritos que le dio a la hora de la comida, después de que el muchacho exhibiera cándidamente sus deseos de ser "poeta", con un dolor punzante) a que estudiara mercadotecnia. Ahora vende los poemas -que estaban acumulados en un legajo informe e inexplorado incluso por sus propios ojos- junto con la ropa.

El caso del escritor que sufre una transformación inevitable para pasar de dependiente -con título de la universidad icel en mano- en una tienda de computadoras a autor brillante y oscuro, es frecuente. Un amigo desconocido cuyo nombre me muero por mentar -y mentaré en otros planos más tarde- es Medardo Maza (escritor de un género insospechadamente prolífico pero inédito en nuestro país: el fantástico), autor que debió ganarse las mieles del éxito, solamente porque tiene un acumulado de obra brillante. Quizá Medardo sea una ficción o un imposible. Este caso es el del autor que -fuera de cualquier moda- se reconstruye a sí mismo literalmente, se edifica en cada promesa, se derrumba en cada inicio de sexenio y se vuelve a edificar como un sueño quebradizo en cada campaña. Porque la miel del éxito que alguna vez el arcádico dios cosechó para los escritores mexicanos de clase media y más abajo, se ha agotado.

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