viernes, 1 de agosto de 2008

Breves sobre mi libro: Hablando de Gerzon. Del que por cierto, poco o nada he hablado.

Un graffiti de "Humo", tan abigarrado como el alma de Gerzon
Tiene una estructura en espiral con temas recurrentes. Estos temas son: la muerte del personaje denominado “Reina”, la infancia, la burocracia, el sexo y la morbosidad, entre otros.
Es narrada por un personaje femenino, Isela, pero Gerzon, el personaje principal, también irrumpe en momentos como narrador.
Describe un fenómeno de frustración creciente, tanto en la narradora, que es un personaje pleno de fantasías eróticas reprimidas y retorcimientos sicóticos, como en Gerzon, que también vive obsesionado por el sexo y por la muerte de su mujer.
Isela ha pasado largos años de su vida persiguiendo a cierta raza de individuo, a la cual llama “de los pequeños”. De ellos extrae la materia que le permite llevar a cabo una investigación. Con este fin se hace pasar por una terapeuta. Persigue a Gerzon hasta que termina siendo vampirizada por él, tanto que la vemos asumir sus actitudes y en cierto sentido su destino.
Gerzon es un burócrata que lleva una vida miserable. Al morir su mujer lo deja a cargo de un bebé ajeno que resulta débil mental. Se consolida como un alcohólico, y sostiene un empleo mientras desatiende totalmente al bebé, el cual sobrevive durante un tiempo, para convertirse en un monstruo maloliente. Este personaje también conforma un objeto de vampirización para la narradora.
Hay cierto culto a un autor ficticio llamado Emilio Morten, quien escribe una novela (poco leída) que Gerzon considera un vaticinio y que lleva por nombre Las chicas del lago. Que es en realidad un tributo personal a una novela de Vicki Baum, El lago de las damas.

Fragmentos inconexos.
1
Su inteligencia ha tenido un desarrollo precoz pero tímido: desde muy temprano era capaz de formular exposiciones brillantes en el salón de clase, pero nunca habló a nadie sobre ellas, callaba mientras iba generando una hostilidad insana hacia el profesor. Vivía con una punzada constante de angustia, por supuesto, la angustia es un elemento de la pequeñez. Su timidez era tal que incluso moverse de un lado a otro del jardín le causaba pánico, pasaba la mayor parte del tiempo en un solo lugar, concentrado en algo mucho más abstracto de lo que sus contemporáneos podían comprender sin aburrirse tiempo antes. Por tanto pasaba sus recreos solo. Hasta que se le ocurrió que toda aquella verborrea interna podía externarse en forma más natural si la escribía, aunque nunca fue capaz de hacerlo; le pareció más sano odiar a su maestro que ser un alumno brillante.
Se dio cuenta de que la verborrea empezaba a surgir paulatinamente desde su cerebro hasta su boca, y que ese fenómeno podía desencadenar cierto interés en los compañeros, de modo que se atrajo en un tiempo un buen número de admiradores, los cuales, una vez hastiados de sus ideas obsesivas, se alejaron de él.
2
Durante esta narración la reina entrará estrepitosamente a escena, a veces transcribo pasajes de la voz de Gerzon, que intenta hablarles desesperadamente, sin previo aviso. Así irá contando detalle a detalle los segundos de su muerte.
Quizá el saber que hubo mucha sangre en la alberca les ayude a permanecer con Gerzon hasta el final de su participación, o quizá si les digo que había trocitos de cerebro en el agua, astillas. No me pidan que les cuente todo de una sola vez, porque la voz cantante no lo deja hablar con tanta rapidez. Cada vez que se clava demasiado en el episodio, la voz cantante, como una buena amiga, atrae su atención hacia otro tema.
3
“Todo aquel sueño de fantasmas anhelantes se desvaneció cuando mi amada correspondió a los toqueteos, entonces en nuestro amor se abrió una rendija luminosa de vacío; la reina, perdida de borracha le decía mi nombre al torpe estúpido que la tocaba, y se empeñaba inocentemente en complacerlo. Por esa rendija escapó mi rodilla hacía la verga tristemente supina del imbécil, que se quedó tiritando de dolor en el piso mientras yo sacaba el cuerpo aún complaciente de mi amada.
No puedo saber en qué momento mi conciencia se perdió, pero cuando amanecí, casi desnudo a su lado, supe que aquello había sido una iluminación y me sentí completamente renovado y feliz. Sabía que mi nombre era la fuente de su deseo; durante su embriaguez no recordaba al misterioso padre de ese hijo, era más mía que de nadie.”
4
“Morten no es un caso notable de escritor, vive una vida poco gratificante en todos los sentidos; nunca consigue afianzarse una pareja estable, las pocas fotografías que de él se tienen muestran a un hombre de estatura baja y vientre abultado por una vida etílica y sedentaria. Después de su suicidio, al igual que le ocurrió a Zomzet, su madre vende su obra a una editorial a la cual debo la publicación poco exitosa de mi vaticinio.”
5
Que su presencia pueda ser ignorada es quizá una manera de justificarlo, de perdonarlo, de hacer que me vuelva y me revuelva a importar un pito que haya hombres como él por la calle; yo sólo vine a escribir esta historia, no a meter a ningún violador en la cárcel. Por tanto se me ocurre decir que aquella mujer era sólo una puta, ¿importa cuando un hombre viola a una puta?
6
Era la punta que convertía el hexágono en heptágono. El edén era la séptima cosa que le importaba al pequeño falso, a quién por cierto, seguí estudiando por pura atracción.
7
Un buen día tuve fuerzas para levantar el culo hasta el secreter donde guardo mi preciada pistola y sin dudarlo fui y le pegué un tiro a mi computadora, la asesiné con toda mi obra acumulada por años y años y luego fui detrás del hijo de la reina, dispuesta a asesinarlo también. Muy trapaceramente el infeliz -viendo mi cañón apuntándole a los ojos- buscó rápidamente en su stock de imágenes televisivas el rostro amadísimo del Rubio Pequeño, sonriente en la pantalla. Cobardemente lo mantuvo en sus ojos hasta que creyó que yo iba a bajar el arma, le pregunté dónde podía encontrar a mi adorado: me devolvió la imagen de una conocida televisora. Cuando tuve en la mira el par de ojillos tintados de amarillo y naranja, disparé.
Vi el cadáver frente a mi y caí en la cuenta de que hacía muchos años que no intercambiaba una palabra con nadie; desde su llegada él se encargaba incluso de lavar el coche, de pedir el súper, de tirar la basura, de todo.

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