Ella se pregunta si él lo hará, hay algo en su mirada que lo delata, algo en sus movimientos, y sin embargo no se atreve a preguntar. Sonríe y se levanta hacia el baño, ahí demora cinco minutos; tiempo para aspirar profundamente, sentarse un rato en el retrete, hacer una reflexión sobre el miedo o algún tema. Hacerlo, resignarse.
Recuerda unos segundos antes, antes de que suceda cualquier cosa o no suceda nada. Si algo ocurre tiene miedo, si no ocurre nada se aburre. Se siente como en uno de esos brutales juegos de feria, donde una vez abrochado el cinturón no hay retorno, en el asiento contiguo hay una muchacha histérica y aprieta los dientes hasta que el vértigo atrapa su voluntad en caída libre.
Ella sigue apretando, las rodillas le tiemblan cuando sale del baño.
Los ojos de él la miran con desconfianza, los ojos de la mesera la miran con desconfianza, los ojos del vigilante la miran con desconfianza.
Sin embargo él la toma de la mano y le da un beso, la mesera se acerca sonriente con la cuenta, el vigilante le da las buenas noches.
Él se pregunta si ella lo hará, hay algo en su risa, en su aliento, pero no se atreve a preguntar. Se apresura a llevarla a su casa, a medio camino se detiene, le pide a ella que espere en el auto y escondido tras una cabina telefónica lo hace. Recuerda la noche en que su padre lo descubrió: aún ahora su mente no se atreve a evocar la palabra que dijo tras una serie de fuertes sacudones, sacudones que bien le pudieron costar unos huesos, siente otra vez el cuerpo de enano, convulsionado y triste.
Se resigna, asume esa infelicidad perversa. Siente sus pasos de gigante avanzar hacia el auto, después de hacerlo. Los ojos de ella lo miran con desconfianza, su suegra lo mira con desconfianza cuando llega a entregar a su novia. Más tarde, con el reloj en la mano, sonríe y se despide.
Mientras se despide con el reloj en la mano se pregunta si el yerno lo hará y si no tendrá la desfachatez de obligar a su hija. Aunque ella, en la soledad de su habitación, también, a veces. .. Su mente no se atreve siquiera a pensar porqué.
La mesera se pregunta si el vigilante lo hará, hay algo en sus gestos, algo en sus dedos, pero no se atreve a preguntar. Llega la hora de salida, corre hacia el vestidor, enciende el ventilador al máximo y lo hace: cuenta las ganancias del día. Piensa en el niño que dejó solo y con el que debe encontrarse en media hora: piensa si no se habrá muerto ya por tantas horas solo, sino habrá metido el dedo en el enchufe, o atragantado la mamila, o dios sabe. Aspira todo el dolor posible y lo retiene, escapa de ahí con una sonrisa al vigilante, quién la mira con desconfianza y luego se despide afablemente.
Se pregunta si ella lo hará, hay algo en ese pelo, en esos pasos, pero no se atreve a preguntar, en lugar de eso esboza una sonrisa, espera a que ella se aleje, echa un vistazo a la calle y lo hace.
Recuerda unos segundos antes, antes de que suceda cualquier cosa o no suceda nada. Si algo ocurre tiene miedo, si no ocurre nada se aburre. Se siente como en uno de esos brutales juegos de feria, donde una vez abrochado el cinturón no hay retorno, en el asiento contiguo hay una muchacha histérica y aprieta los dientes hasta que el vértigo atrapa su voluntad en caída libre.
Ella sigue apretando, las rodillas le tiemblan cuando sale del baño.
Los ojos de él la miran con desconfianza, los ojos de la mesera la miran con desconfianza, los ojos del vigilante la miran con desconfianza.
Sin embargo él la toma de la mano y le da un beso, la mesera se acerca sonriente con la cuenta, el vigilante le da las buenas noches.
Él se pregunta si ella lo hará, hay algo en su risa, en su aliento, pero no se atreve a preguntar. Se apresura a llevarla a su casa, a medio camino se detiene, le pide a ella que espere en el auto y escondido tras una cabina telefónica lo hace. Recuerda la noche en que su padre lo descubrió: aún ahora su mente no se atreve a evocar la palabra que dijo tras una serie de fuertes sacudones, sacudones que bien le pudieron costar unos huesos, siente otra vez el cuerpo de enano, convulsionado y triste.
Se resigna, asume esa infelicidad perversa. Siente sus pasos de gigante avanzar hacia el auto, después de hacerlo. Los ojos de ella lo miran con desconfianza, su suegra lo mira con desconfianza cuando llega a entregar a su novia. Más tarde, con el reloj en la mano, sonríe y se despide.
Mientras se despide con el reloj en la mano se pregunta si el yerno lo hará y si no tendrá la desfachatez de obligar a su hija. Aunque ella, en la soledad de su habitación, también, a veces. .. Su mente no se atreve siquiera a pensar porqué.
La mesera se pregunta si el vigilante lo hará, hay algo en sus gestos, algo en sus dedos, pero no se atreve a preguntar. Llega la hora de salida, corre hacia el vestidor, enciende el ventilador al máximo y lo hace: cuenta las ganancias del día. Piensa en el niño que dejó solo y con el que debe encontrarse en media hora: piensa si no se habrá muerto ya por tantas horas solo, sino habrá metido el dedo en el enchufe, o atragantado la mamila, o dios sabe. Aspira todo el dolor posible y lo retiene, escapa de ahí con una sonrisa al vigilante, quién la mira con desconfianza y luego se despide afablemente.
Se pregunta si ella lo hará, hay algo en ese pelo, en esos pasos, pero no se atreve a preguntar, en lugar de eso esboza una sonrisa, espera a que ella se aleje, echa un vistazo a la calle y lo hace.
1 comentario:
Hola Rowenita te escribo para felicitarte por el programa de radio efímera, ya se nota la experiencia adquirida en la radio, ¡Super pro! ¿Para cuando la próxima? Pronto te mando algunas imágenes a ver si te gustan como pa ponerlas en tu an-bloooggg.... !Saludillos!
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