"Control, control, no responden los mandos!!". De Juan Pablo de la Colina
Desde el primer momento ese portafolios tan abultado despertó sus sospechas; es una mujer pesimista, por tal tendencia se le ha fruncido el ceño. El hombre entró al café y pidió un té, preguntó si había cigarros y, como no había, anunció que iba a buscar unos; el tipo, ahora que lo piensa (y perdonen que sea yo tan omnisciente), tenía un aspecto muy indeseable; parecía un inspector de salubridad, de esos que piden dinero cuando hay cucarachas en la cocina. Esta vez no tiene cucarachas, las roció la otra noche, no puede haber muchas ¿habrá?, ¡ay dios!, se asoma tras el refrigerador; todo en orden, las cucarachas están bien metidas debajo. Es posible que el hombre no tarde mucho en regresar, ¿qué tal si fue por un amigo y juntos se ponen a supervisar todo al detalle y entonces encuentran el nido de cucarachas y le cierran el lugar?
El portafolios está sobre la mesa, decidió quitarlo de ahí y guardarlo tras la barra, no vaya a ser que alguien se lo robe, el peso de aquello le pareció alarmante, ya estaba empezando a darle un ataque cuando vio que del cierre colgaba un llavero con una bota de cuero en miniatura. Como además de pesimista es morbosa, empezó a imaginarse que en el interior había una pantorrilla humana con todo y su pie, una pantorrilla de mujer. El tipo, por cierto, tenía cara de asesino, algo parecido, ahora que lo piensa, sí, ¡no puede ser! ¿Qué va a hacer ahora con un portafolios relleno de una pantorrilla femenina, con todo y su pie y su zapato? (para entonces ya tenía en mente uno de plataforma, rojo, como de puta). El hombre desapareció, de plano, seguro alguien vendría pronto a detenerla, pues él ya puso una denuncia, y la encontrarán con el pedazo de cadáver ahí mismo, ¿y si además trae droga?, es decir; para matar a alguien tan brutalmente, (aquí empieza a llorar) para cortarle la pantorrilla a una pobre puta, hace falta andar de veras muy drogado (¡dios mío!). Casi está punto de arrancarse dos mechones de cabello, uno por puño y se le han hecho dos profundos surcos en el ceño. Tiene que tranquilizarse, piensa, la policía escuchará su declaración, la descripción del tipo; tenía una estatura poco común, unos cincuenta años, corpulento, de piel morena, con cara de maleante, de psicópata, de inspector de salubridad, era fácil dar con él. Había dejado el portafolios en la barra. De pronto su ataque de pesimismo le da una ligera tregua en la que un haz ilumina su mente; el portafolios trae uno de esos candados miniatura que se abren con un pasador. Le gana el ansia y tiene que usar la segueta, medio minuto después entra el dueño del abultado portafolios. Ella se ha arrodillado atrás de la barra, sin reparar en la pequeña llave que pende junto a la bota en miniatura.
El portafolios está sobre la mesa, decidió quitarlo de ahí y guardarlo tras la barra, no vaya a ser que alguien se lo robe, el peso de aquello le pareció alarmante, ya estaba empezando a darle un ataque cuando vio que del cierre colgaba un llavero con una bota de cuero en miniatura. Como además de pesimista es morbosa, empezó a imaginarse que en el interior había una pantorrilla humana con todo y su pie, una pantorrilla de mujer. El tipo, por cierto, tenía cara de asesino, algo parecido, ahora que lo piensa, sí, ¡no puede ser! ¿Qué va a hacer ahora con un portafolios relleno de una pantorrilla femenina, con todo y su pie y su zapato? (para entonces ya tenía en mente uno de plataforma, rojo, como de puta). El hombre desapareció, de plano, seguro alguien vendría pronto a detenerla, pues él ya puso una denuncia, y la encontrarán con el pedazo de cadáver ahí mismo, ¿y si además trae droga?, es decir; para matar a alguien tan brutalmente, (aquí empieza a llorar) para cortarle la pantorrilla a una pobre puta, hace falta andar de veras muy drogado (¡dios mío!). Casi está punto de arrancarse dos mechones de cabello, uno por puño y se le han hecho dos profundos surcos en el ceño. Tiene que tranquilizarse, piensa, la policía escuchará su declaración, la descripción del tipo; tenía una estatura poco común, unos cincuenta años, corpulento, de piel morena, con cara de maleante, de psicópata, de inspector de salubridad, era fácil dar con él. Había dejado el portafolios en la barra. De pronto su ataque de pesimismo le da una ligera tregua en la que un haz ilumina su mente; el portafolios trae uno de esos candados miniatura que se abren con un pasador. Le gana el ansia y tiene que usar la segueta, medio minuto después entra el dueño del abultado portafolios. Ella se ha arrodillado atrás de la barra, sin reparar en la pequeña llave que pende junto a la bota en miniatura.
Parece sospechoso, sin duda. Al verla con ese manojo de papeles en las manos el tipo sólo se queda pasmado por unos segundos, luego le arrebata el portafolios e introduce enervado el manojo. Han pasado unos tres minutos desde que salió a comprar los cigarros.
3 comentarios:
Tres minutos, 45 segundos y un parpadeo para ser exactos.
Gracias Rowenita... no le pusiste el titulo que te di, pero ¨pesimismo¨le queda perfecto. Saludillos.
Asi mero se llama, ja muchas gracias Rowe.
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