miércoles, 29 de noviembre de 2017

Cigoto enamorado


Todo hombre recalcitrante y radical es un cursi. En mi propia experiencia no hay ideólogo que no deje escapar lagrimillas secas o bien húmedas, al admirarse a sí mismo.
Yo no sé si seré hombre o mujer… ¿seré?
Estaba olvidando que lo sé absolutamente todo, que tengo metida en la conciencia la eternidad que me antedece y me precede, que tengo la eternidad como un hito, como un monumento dedicado al momento en que se decide la vida o la muerte. Llevar la eternidad a cuestas en la memoria es un poco confuso, sobre todo cuando uno empieza a acercarse al olvido. Y es que desde el principio, desde que se gesta el amor entre los amantes que han de procrearnos, hasta el último momento de nuestra vida, se gesta a su vez, gemela maligna, la posibilidad de dejar de existir. Y bueno, sé que no les digo ninguna novedad, pero es importante recordarles a lo que se atienen quienes se entrenan en el ejercicio de la vida. Constantemente estarán en riesgo, pero serán más suceptibles en sus primeras etapas. Yo, francamente, hasta no ver la teta de mi madre rebosante de leche ante mi, no me proclamaré triunfador. El primer amor será ella, supongo, y una vez decidida sabré con qué clase de amante querré relacionarme.
Supongo que tendría que ser hombre.
Esto lo sé porque lo sé todo y sé que soy una mujer heterosexual –acabo de recordarlo. Quizá  lo he recordado porque estoy más cerca del olvido que en las primeras páginas, porque en apenas unos capítulos, dominará esta historia la desmemoria. La memoria desaparecerá y se convertirá en una vida por delante.
Por el momento sé que quiero un amante que sea tan valiente como yo, quiero un amante que sea para mí. Derramaré una  lágrima cuando encuentre mi reflejo, diminuto, inseguro, avergonzado, dudoso, enamorado, en una humedecida pupila.


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