Habían pasado ya miles de horas desde la hora en que
él adquirió la enfermedad: una en que la cabeza de ella se estrella contra un
azulejo de color azul celeste, luego, repentinamente, el azulejo se tiñe de una capa violácea que huele a flor de piel.
Ella mirándolo a lo lejos con la hija de otro en brazos,
ella bajándose del autobús, ella bailando en el Bulibuli, ella dando giros en
el aire antes de sumergirse en el agua, ella presumiéndole a sus amigas su buen
culo enfundado en pantalones blancos. Ella en todos los estados imaginables después
de la muerte. Ella chocando una y otra vez contra el agua no suficiente de
la alberca, él intentando detenerla demasiado tarde.
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