y me recibió con un choque
de nubes,
en medio de la sala
donde me llevó a sentarme,
a tomar un café, serenamente:
mientras yo veía un par
de gruesas capas negras perseguirse
y crecer sobre la mesa.
Quiero estar en su casa,
-un planeta lejano
de la buena suerte,
donde todos tienen la punta
contenida en un rayo,
siempre inminente,
y resuelven en forma eficiente
cada pequeño accidente-
pero ahí mi aire es otro.
Mis ondas sonoras jugaron
hace tiempo
con el aire enralecido de su altura,
de su santa no-presencia.
Mi aliento es mío
y lo respiro yo;
está contenido
entre las miles de páginas
que él no ha leído,
en las preguntas
que no ha respondido,
entre los labios que no ha besado
y las muertes que no ha vivido.
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