Tuvo que contratar a la portentosa hacker de pseudónimo Nidia
Ku para que le confirmara que tenía metido a un insistente pero silencioso hacker. Ella dijo que las cuentas de correo y las redes sociales son pasillos públicos por los
que cualquiera puede transitar. En diez minutos le había dado su nombre, sus
ID, los modelos de dispositivos que usa, las diferentes ubicaciones
desde donde abre sesiones. También le dio la lista de horas a las que sus
cuentas fueron utilizadas en lo que va de este año, las ubicaciones de sus
computadoras. Encontró que había sesiones y raras operaciones realizadas a las
horas imposibles en que él tenía sus grabaciones de radio.
Supo de
inmediato que algún amigo se estaba excitando a costa suya. Y lo estaba metiendo
en una rara seducción en la que él era el único desnudo, el único expuesto. Porque
desde el día en que se encontró con aquella mujer escribió y fotografió escenas de amor
ilícito, que pronto sería motivo de chantaje.
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