jueves, 26 de junio de 2008

Una carta de Juan José


Ada:

Anoche la cama estaba más helada que nunca. Me tapé lo mejor que pude y apenas saqué las manos, para sostener con una un libro y con la otra un cigarro. El cenicero, junto, como sabes. Te marqué antes varias veces el teléfono y no respondiste. Tu celular es un desastre, te lo he dicho muchas veces, sólo para que digas que yo te lo regalé, y que sí, es una chingamusa. Te gusta repetir palabras como ésa; dices que te recuerdan tu infancia, que tu papá las decía. Chingamusa: ¿y qué diablos es eso? Me dijiste que cualquier cosa, una como chingadera pero dicha con elegancia. Y te reíste, como sólo sabes reírte tú. Con los ojos bien abiertos como para ver el mundo entero, para ver cómo río yo, más bien tímidamente, escasamente, según dices. Un poco después, al cabo de unas cuantas páginas de la novela, sonó mi celular. Lo había dejado en el buró. Antes de contestar encendí otro camel. Bueno, dije. Era el arquitecto Lazo: había estallado la bomba en el despacho. Habían descubierto al fin al culpable del fraude que se trianguló en la delegación. Que me despertara, hoy mismo, domingo, temprano: tendría que venir al despacho para armar una estrategia. Pensé entonces que no era para tanto. Evitar que el fraude de uno de los nuestros se hiciera público no era tan difícil, pero al fin aquí estoy, solo, dejando que pase el tiempo, esperando que llegue Lazo, esperando que llegue el sospechoso. Y pensando en ti. Dormí en episodios. Muy bien mientras lo hice pero desperté varias veces. Raro, ¿no? Desperté con ganas de hacer cosas, salir a algún sitio. Sobre todo con ganas de verte. En el despacho no podré hacer nada, ni ver el fut, pensé hace un rato. Me traje la novela. Ya leí unas páginas ahora, pensando en terminarla pronto para poder al fin prestártela. No te lo he dicho, y tal vez te lo diga antes de que leas estas líneas, pero la mujer asesinada de la historia de Martin Amis me recuerda mucho a ti. Es una mujer que deslumbra a todos, llena de vitalidad, hermosa, inteligente, independiente. Su padre es un policía… [No sé por qué abro este corchete para ponerte que acabas de llamarme. Te pongo no lo que dijimos sino lo que no te dije: tu voz me reveló que sonreías, que al mirarlos tus ojos limpiaban los campos que tenías delante dejando sólo girasoles y amapolas esperándote. Ya en la noche, al verte, compartirás conmigo esas fragancias]. Un policía que en nada se parece a tu padre. Un policía que dejó libre a su hija, que la hizo increíblemente dueña de su cuerpo, sus energías, su movimiento. La inteligencia es cosa puramente de ella. Una inteligencia superior. Tu padre en cambio es un misterio. Se pasa la vida en el Partido, luchando según dice por la Causa y a las órdenes –detesta la palabra y por eso la repito— del líder a quien llama por su nombre. Como si fueran tan cercanos. Tú te ríes de tu padre. Te ríes del arquitecto –un poco mi padre, has calculado. Cuando te diga que te pareces a la mujer muerta de la novela me dirás que sí, y luego de un momento: “¿Estás seguro de que la asesinaron? ¿Por qué? ¿Una venganza? ¿Habrá muerto por culpa de su padre?” Te quedarás pensando, acariciando una de mis manos: “Ya acaba y préstame esa chingamusa. Ya me intrigaste”. Ahora mismo acabaré de leer la novela, Dios, que no llegue el arquitecto.

Juan José
(Publicada en Laberinto de Milenio)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Para mí es un honor, la mayor gracia habitar el mundo de luz que eres y que es todo lo que miras, tocas, haces posible...
juan josé