Pongo mi cuerpo a actuar
mientras me quedo sola,
suspirando entre placeres domésticos:
soy una mujer común
que envejece
e invierte
en un bien inmueble a perpetuidad,
y prepara tartas de fresa,
mientras la otra finge
y reza.
No soy yo la que habla,
ni la que escribe;
siempre es a ella
a quien exhibo,
la última sobreviviente
de los rumores.
Cuando uno es como yo,
un alma en género neutro
que ama el amor en automático,
la vida
es un amante imposible,
que habita en el lejano
patio contiguo.
Soy una doña diva
dividida,
divorciada, disentida,
desterrada, desaparecida.
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