Llegaste
hasta la redonda ventana de mi cocina, que es, dicho sea de paso, uno de los
tantos mandalas que he trazado en mi casa para que los seres del sueño puedan
entrar a ella. Temblabas, tus plumas estaban mojadas, me mirabas con una
especie de alegría tímidamente triunfal: llegaste volando hasta mi domicilio desconocido,
por la noche, en tu primer vuelo, por amor a mi, por la fuerza de tu noble
espíritu. Cuando te despertaste mi figura desdeñosa ya no estaba ahí, el
mandala que tracé en la pared para voladores había desaparecido y en su
lugar estaban los azulejos verde oscuro del baño de tu recámara, un cansancio
profundo, una depresión de tercer grado, varios botes de pastillas, el vívido
recuerdo del sueño, la duda apenas permisible de que aquello hubiese ocurrido
realmente, en un plano distinto a este, tan físico y brutal, pero más
aparentemente imposible, el sudor frío, el miedo, el amor.
1 comentario:
xxx
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