lunes, 6 de marzo de 2017

El guionista del miedo

Fui un niño maltratado, mi madre no era de esas ternuritas que se conformaban con aventarte una débil chancla a la cara. No. Mi madre estiraba un gancho para colgar la ropa, metálico, y con él me daba duro en las piernas, justo en el alto muslo, para que incluso el corto short de deportes del colegio lo ocultara. Yo tenía ahí largas líneas rojas, líneas que se renovaban día a día, eso me hizo retraído, enojado, cansado. En la escuela la maestra repetía una y otra vez: No lo logras, y yo regresaba a la casa diciéndole a mi madre: no lo logro. A lo que ella respondía con un par de ganchos más a mis muslos, con una fuerza calculada y profundamente dolorosa. Yo no lo lograba. 
         Cuando un día en la escuela escribí mi primer guión teatral la maestra se quedó tan horrorizada que mandó llamar a mi madre, sin poder explicar una sola palabra de lo que había leído, sospechado y temido en mi guión sólo acertó a decirle: su hijo tiene problemas y es necesario que vea a la directora. Lo mismo había dicho mi vecina, en el edificio de departamentos, cuando arrojé a su domo -visible desde el quinto piso- a uno de los noventa gatos que tenía nuestra maniática casera.
Su hijo tiene graves problemas, repitió la cándida directora mirándome a los ojos, ostensiblemente molesta, yo mantuve la mirada firme y maliciosamente. Sentí como un chisguete de miedo recorrió sus rasgos, su gesto  se descompuso por un momento y detuvo su soliloquio castigador, metió freno, sus labios temblaron tratando de esbozar una sonrisa que quiso decir: Su hijo tiene graves problemas, pero si sigue pagando las colegiaturas por adelantado lo seguiremos recibiendo. Cuando vi esa sonrisa quedé más que intranquilo, ¿será que acaso la directora no puso atención suficiente a mi guión?, ¿comprendería realmente las señales de precoz genialidad y alarma que emití en él?, ¿por qué demonios no me corren del colegio?.
          Lo cierto es que el guionismo sería mi arte en el futuro, ese lunes por la tarde lo decidí, nunca me había sentido tan satisfecho con mi autoestima como cuando mis palabras provocaron aquella reacción, el día glorioso en que pasé de “no lograrlo” a “tener graves problemas”.
Cuando llegamos a casa mi madre hizo dos líneas nuevas en mis muslos, dos en cada uno para ser exactos.

El viernes pasado yo había entregado a mi profesora un guión en el que todos los adultos de mi vida terminaban muertos en formas violentas y meticulosamente contadas. Así empezó mi carrera vertiginosa hacia el cine gore.

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