Fui
un niño maltratado, mi madre no era de esas ternuritas que se conformaban con
aventarte una débil chancla a la cara. No. Mi madre estiraba un gancho para
colgar la ropa, metálico, y con él me daba duro en las piernas, justo en el
alto muslo, para que incluso el corto short de deportes del colegio lo
ocultara. Yo tenía ahí largas líneas rojas, líneas que se renovaban día a día, eso
me hizo retraído, enojado, cansado. En la escuela la maestra repetía
una y otra vez: No lo logras, y yo regresaba a la casa diciéndole a mi madre: no lo logro. A lo que ella respondía con un par de ganchos más a mis muslos,
con una fuerza calculada y profundamente dolorosa. Yo no lo lograba.
Cuando
un día en la escuela escribí mi primer guión teatral la maestra se quedó tan
horrorizada que mandó llamar a mi madre, sin poder explicar una sola palabra de
lo que había leído, sospechado y temido en mi guión sólo acertó a decirle: su
hijo tiene problemas y es necesario que vea a la directora. Lo mismo había
dicho mi vecina, en el edificio de departamentos, cuando arrojé a su domo -visible desde el quinto piso- a uno de los noventa gatos que tenía nuestra maniática
casera.
Su
hijo tiene graves problemas, repitió la cándida directora mirándome a los ojos,
ostensiblemente molesta, yo mantuve la mirada firme y maliciosamente. Sentí como un chisguete de miedo recorrió sus rasgos, su gesto se descompuso por un momento y detuvo su soliloquio
castigador, metió freno, sus labios temblaron tratando de esbozar una sonrisa
que quiso decir: Su hijo tiene graves problemas, pero si sigue pagando las
colegiaturas por adelantado lo seguiremos recibiendo. Cuando vi esa sonrisa
quedé más que intranquilo, ¿será que acaso la directora no puso atención
suficiente a mi guión?, ¿comprendería realmente las señales de precoz genialidad y alarma que emití en él?, ¿por qué demonios no me corren del colegio?.
Lo
cierto es que el guionismo sería mi arte en el futuro, ese lunes por la tarde lo decidí,
nunca me había sentido tan satisfecho con mi autoestima como cuando mis palabras
provocaron aquella reacción, el día glorioso en que pasé de “no lograrlo” a “tener graves problemas”.
Cuando
llegamos a casa mi madre hizo dos líneas nuevas en mis muslos, dos en cada uno
para ser exactos.
El
viernes pasado yo había entregado a mi profesora un guión en el que todos los
adultos de mi vida terminaban muertos en formas violentas y meticulosamente
contadas. Así empezó mi carrera vertiginosa hacia el cine gore.
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