Mi personaje es un fanático. Antes fue un espermatozoide que unido a un óvulo alcanzó la etapa de Cigoto.
Este Cigoto sospecha que es una mujer y que nació para triunfar. Mas manipula a sus espectadores sólo para despistar, para que no comprendan la estrategia que se ha planteado para manipularlos, erigirse en un poder que imagina desde el vientre de su madre, creyendo saber todo, con un ego agigantado en su infinita pequeñez. Le habla a sus espectadores sobre una Diosa omnipoderosa que los está mirando desde el cielo. Luego se transforma en una sacerdotisa, luego en una jueza, calificadora, castigadora.
Mi personaje no ha nacido y lo sabe, está consciente del sitio en el cual se encuentra, piensa que debe escribir su historia desde ahí, escribe en el papel de una eternidad megalómana.
Mi personaje, de pronto, se comporta como un hombre; ha heredado de los hombres de poder su machismo y en momentos se confunde, entra en conflicto, y se manifiesta como una manipuladora misógina, que coloca a los hombres por encima de las mujeres. Más en algún momento reflexiona y se da cuenta de que entre las mujeres también hay mayorías consumistas. Y entonces empieza a manipularlas, a tratarlas “bien”, “diferente”. “Las mujeres también compran”, piensa en un sub diálogo secreto que aparentemente no revela a su público, pero que queda inserto en sus palabras como un venenillo que reserva para sí mismo. Para manipular utiliza un tono profético, se declara iluminado. Miente. El veneno no lo mata, pero lo transforma en un hombre derrotado y deprimido, con ganas de abortarse, de nunca nacer.
Odia el consumismo, odia el concepto comprar, odia a la humanidad, odia a la mujer, quiere comprarla, quiere que ella lo compre, se odia a sí mismo, tanto como odia a la sociedad que lo verá nacer, quizá como hombre, quizá como mujer. Ahora ya no sabe nada.
Más, como buen maniaco depresivo llega a un punto en que su ego se eleva vertiginosamente, remonta por los aires, alcanza alturas estratosféricas y nunca parece caer de su felicidad, hasta que ocurre algo más: algún recuerdo del futuro se escapa, aparece un eslabón grisáceo en la cadena genética. Se rompe. Entonces busca la compasión de sus espectadores, se llena de autocompasión ante la certeza de que realmente no es observado, que sus espectadores nunca existieron, que siempre estuvo tan solo como algo menos que un feto. Entonces remonta a su estado maniaco. Se declara solitario empedernido, único, rey, sacerdote, juez, Dios, devoto de un Dios que gobierna en él mismo. Y así queda condenado a la cima y a la sima per sécula seculorum.
Como él mismo dijera a sus espectadores, su objetivo final fue: “convertirse en polvo, en muchos, para más tarde ser uno solo, y más tarde ser polvo, uno y muchos, una y otra vez”
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