Hace unos días la escritora
Verónica Ortiz envió un mensaje que me conmovió. Y sé que a muchos les pasó lo
mismo. Le prometí que la seguiría en la intención que proponía en ese mensaje.
Mi manera de hacerlo es la escritura, pero hay muchas maneras.
Verónica me hizo pensar que no debemos actuar como esos a quienes criticamos severamente,
hipócritamente, omitiendo de nuestra conducta cualquier culpa: olvidando que
hemos dejado caer algo feo por ahí, alguna vez, inconcientemente, sin
darnos cuenta, quizá. A ignorar que nuestra existencia mal aprovechada está
destruyendo el planeta: nuestros coches lo están haciendo, nuestro consumismo, nuestras cosas, que no son nuestras del todo, porque son tan finitas -algunas más, algunas menos- como nosotros. ¿Por qué no al menos recoger la basurilla
que arrojamos: reciclarla, convertirla en arte, en ciencia, en jardín, en bosque?
¿Por qué no pagar el monto de los daños?
No debemos
seguir actuando como aquellos de los que nos avergonzamos; no podemos seguir
ignorando olímpicamente la agonía de los migrantes, sólo porque no nos imaginamos
siquiera que sean nuestros semejantes, porque somos incapaces de empatizar con ellos, ¡Dios nos libre! No
nos pondremos por nada del mundo esos zapatos arrancados de los pies por la
miseria, no adoptaremos esos pies callosos que cruzaron la frontera, no encarnaremos ese cuerpo deshidratado, heroicamente violado y
vejado –más aún el femenino- en el camino.
Luego de leer
el mensaje brillante de Verónica platiqué con el escritor Emiliano Monge, quien
ha dedicado una buena parte de su trabajo de investigación y literario al tema
de la migración: varios mensajes de este escritor me conmovieron también.
Dejemos de
ignorar que ellos son de aquí, que este país es de ellos tanto como nuestro.
Dejemos de ignorar las masacres ocurridas en los pueblos y caminos lejanos, donde no hay
medio alguno para retratar o rescatar y si lo hay es aniquilado. Hace un tiempo relativamente reciente que gracias a
estas redes es posible llevar imágenes de lo que han hecho desde mucho tiempo
atrás sin que hubiera una cámara a mano y menos un medio que lo
transmitiera en tiempo real. Como habitantes de las redes tenemos la elección
de utilizarlas estúpidamente: sólo para medir nuestro nivel de popularidad y
alimentar raquíticamente nuestro ego, o para convocar personas, habitantes con
los que es necesario comunicarse para que las cosas sean mejores para todos.
Yo invito a todos los escritores
a los que he conocido en persona y considero mis amigos, a que, sin afán alguno
de protagonismo, escriban para seguir la intención de nuestra amiga Verónica.
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