jueves, 9 de febrero de 2017

Cross my heart




Hoy aterricé en el Manzano. Ahí los niños quieren echarse una cerveza y unos doritos por mi cuenta, por eso me sonríen, se acercan en manada.
Los niños me cuentan que aquí y allá hay fosas donde han encontrado cadáveres “todos de señoras, se les veía el pelo largo, la sangre, ¿quiere ver dónde fue?, aquí violan muchas señoras, por eso la acompañamos… “. 
Pasamos por un pequeño socavón junto al camino, en la ladera del cerro Gordo, la hierba seca, crecida y manchas negras que algo ocultaban, no sé qué, no lo comprobé, no me asomé detrás de la hierba. Los niños querían dinero, el miedo es uno de los mejores recursos de la mercadotecnia, pensé que quizá por eso me contaban historias tan macabras en nuestra primera charla. Mi persona cayó del cielo en forma de billete en su visión del universo. Billete fue la palabra clave. Mientras tomábamos el camino hacia el taxi discutían conmigo si yo debía darles tantos o cuantos billetes, se los repartieron en su imaginación, establecieron una larga negociación, acordaron con una justicia asombrosa que yo les daría cuarenta pesos –De los cuarenta niños que me recibieron en el aterrizaje, sólo cinco se prestaron a hacer la expedición y uno de ellos era demasiado pequeño para entrar en negocios. Diez pesos cada uno. A uno de ellos le decían el Abuelo, era el mayor, con un aspecto minúsculo para la edad que confesó, me dijo que en su familia todos eran chiquitos. Era el líder del grupo. Me preguntó si yo decía groserías, ante mi negativa les indicó a los demás que no dijeran groserías frente a mí. Luego me preguntó sobre el precio de las cosas que llevaba. Otro niño, un poco menor, interrumpió para decir contundentemente que ellos no robaban, que no me anduviera preguntando el precio de mis cosas porque yo iba a pensar que querían robarme. Agregó que ellos buscaban ganar dinero: “muchos caen por aquí y los sacamos”. “Ya nos hemos empedado”, interrumpió uno mucho menor. Otro tomó la palabra para contarme que un día se encontró a dos hombres cogiendo, literalmente, “los mataron”, agregó al final. Uno más grande pidió que el Abuelo tomara la palabra y me contara el asunto con toda propiedad. Pensé que seguro los cuerpos de los señores que cogían fueron arrojados junto a las señoras de cabello largo en la fosa.
Caminamos durante una hora veredas y varias calzadas de cedros, ocotes y encinos, tres ranchos. Cruzamos un arroyo a las faldas del cerro Gordo, me dijeron que podía beber de ahí, ellos mismos bebieron, yo no. Los niños, impregnados de mugre se veían contentos, se reían, jugaban a las peleas mientras avanzaban firmemente junto conmigo. Pasó un muchacho en una moto, el Abuelo le gritó que me llevara pero él respondió terminantemente: “¿Y si la tiro?”. Seguimos de largo y encontramos a otro trabajador de uno de los ranchos, que se ofreció a llevarme, los niños se subieron junto conmigo a la caja de su camioneta, ellos lo conocían. Encontramos una vereda, le indicaron al conductor que parara ahí, por ahí bajamos. Cruzaba otro arroyo. Aquello confluyó en un camino bastante bueno que desembocaba en un  área pavimentada. Varias camionetas pasaron: “ahí va el patrón de zutano, ahí va el patrón de perengano”, decían los niños, “Todos los de las camionetas son patrones”, pensé. Me volteaban a ver las parejas de patrones con sendas caras amables, yo les respondía con una generosa sonrisa, -yo igual que los niños andaba en la cacería de algo: otro aventón-, pero ellos nunca se detuvieron: “los pilotos les debemos parecer chistosos”, pensé. Seguí caminando junto a los niños que hablaban mal de los patrones “esa señora es bien brava” dijo uno, enfatizando la frase con un doble sentido que hizo a todos carcajear, a mí no, “ese es un hijo de la chingada”, dijo otro. No tenían en general una buena impresión de los patrones.
Después de varios minutos por esa senda me encontré a un colega parapentero que viajaba en una camioneta, su conductora madre al volante. Me sacaron de ahí hasta la carretera donde pude tomar un taxi que me dejó en el internacionalmente conocido Jován, donde me encontré con mis colegas Horsepower y Jeff. He intentado aprender recientemente el concepto de Cross country en un país donde hay  mucha miseria e inseguridad. Hoy aterricé en el corazón esa miseria y seguiré intentándolo. 




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