Hoy aterricé en el Manzano. Ahí
los niños quieren echarse una cerveza y unos doritos por mi cuenta, por eso me
sonríen, se acercan en manada.
Los niños me cuentan que aquí y
allá hay fosas donde han encontrado cadáveres “todos de señoras, se les veía el
pelo largo, la sangre, ¿quiere ver dónde fue?, aquí violan muchas señoras, por
eso la acompañamos… “.
Pasamos por un pequeño socavón
junto al camino, en la ladera del cerro Gordo, la hierba seca, crecida y
manchas negras que algo ocultaban, no sé qué, no lo comprobé, no me asomé detrás
de la hierba. Los niños querían dinero, el miedo es uno de los mejores recursos
de la mercadotecnia, pensé que quizá por eso me contaban historias tan macabras
en nuestra primera charla. Mi persona cayó del cielo en forma de billete en su
visión del universo. Billete fue la palabra clave. Mientras tomábamos el camino
hacia el taxi discutían conmigo si yo debía darles tantos o cuantos billetes,
se los repartieron en su imaginación, establecieron una larga negociación,
acordaron con una justicia asombrosa que yo les daría cuarenta pesos –De los
cuarenta niños que me recibieron en el aterrizaje, sólo cinco se prestaron a
hacer la expedición y uno de ellos era demasiado pequeño para entrar en
negocios. Diez pesos cada uno. A uno de ellos le decían el Abuelo, era el
mayor, con un aspecto minúsculo para la edad que confesó, me dijo que en su
familia todos eran chiquitos. Era el líder del grupo. Me preguntó si yo decía
groserías, ante mi negativa les indicó a los demás que no dijeran groserías
frente a mí. Luego me preguntó sobre el precio de las cosas que llevaba. Otro
niño, un poco menor, interrumpió para decir contundentemente que ellos no
robaban, que no me anduviera preguntando el precio de mis cosas porque yo iba a
pensar que querían robarme. Agregó que ellos buscaban ganar dinero: “muchos
caen por aquí y los sacamos”. “Ya nos hemos empedado”, interrumpió uno mucho
menor. Otro tomó la palabra para contarme que un día se encontró a dos hombres
cogiendo, literalmente, “los mataron”, agregó al final. Uno más grande pidió
que el Abuelo tomara la palabra y me contara el asunto con toda propiedad. Pensé
que seguro los cuerpos de los señores que cogían fueron arrojados junto a las
señoras de cabello largo en la fosa.
Caminamos durante una hora
veredas y varias calzadas de cedros, ocotes y encinos, tres ranchos.
Cruzamos un arroyo a las faldas del cerro Gordo, me dijeron que podía beber de
ahí, ellos mismos bebieron, yo no. Los niños, impregnados de mugre se veían
contentos, se reían, jugaban a las peleas mientras avanzaban firmemente junto
conmigo. Pasó un muchacho en una moto, el Abuelo le gritó que me llevara pero él
respondió terminantemente: “¿Y si la tiro?”. Seguimos de largo y encontramos a
otro trabajador de uno de los ranchos, que se ofreció a llevarme, los niños se
subieron junto conmigo a la caja de su camioneta, ellos lo conocían. Encontramos una vereda, le
indicaron al conductor que parara ahí, por ahí bajamos. Cruzaba otro arroyo.
Aquello confluyó en un camino bastante bueno que desembocaba en un área
pavimentada. Varias camionetas pasaron: “ahí va el patrón de zutano, ahí va el
patrón de perengano”, decían los niños, “Todos los de las camionetas son
patrones”, pensé. Me volteaban a ver las parejas de patrones con sendas caras
amables, yo les respondía con una generosa sonrisa, -yo igual que los niños
andaba en la cacería de algo: otro aventón-, pero ellos nunca se detuvieron: “los
pilotos les debemos parecer chistosos”, pensé. Seguí caminando junto a los niños
que hablaban mal de los patrones “esa señora es bien brava” dijo uno,
enfatizando la frase con un doble sentido que hizo a todos carcajear, a mí no, “ese
es un hijo de la chingada”, dijo otro. No tenían en general una buena impresión
de los patrones.
Después de varios minutos por esa
senda me encontré a un colega parapentero que viajaba en una camioneta, su
conductora madre al volante. Me sacaron de ahí hasta la carretera donde pude
tomar un taxi que me dejó en el internacionalmente conocido Jován, donde me
encontré con mis colegas Horsepower y Jeff. He intentado aprender
recientemente el concepto de Cross country en un país donde hay mucha
miseria e inseguridad. Hoy aterricé en el corazón esa miseria y seguiré intentándolo.
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