La patrulla hizo un trayecto lleno de curvas pero relativamente corto. Jamás hubiera imaginado que existiera una chirona como aquella. El jardinero que arregló el jardín enmallado era un verdadero artista. Había plantado justo al borde del pavimento una eterna franja blanca de flores, había grandes brazos de enredadera creciendo en confabulación con la malla metálica, otra franja central de flores blancas, y justo al borde del muro que se elevaba a varios metros del camino, una franja más, y grandes brazos de enredadera aferradas al muro. Más tarde me enteré de que aquel jardinero era un presidiario, violento e hijo de puta, pero en fin, era un artista. Cuando el jardín enmallado terminó, entramos en un jardín iluminado con lámparas rojas. En el pavimento alguien había dibujado con pintura blanca los contornos de cientos de gatos, eso sí que era extraño: si ustedes me lo preguntaran les diría que ni en mis más derrengadas y añejas fantasía sobre la cárcel habría podido imaginar semejante cosa. Jamás, ni en mis tres últimas vidas, había estado en una cárcel y siempre supuse que eran como suponen todos aquellos que jamás han pisado una cárcel, creo que me entienden. Pero cuando este sitio se elevó como una realidad ante mis ojos, me quedé verdaderamente estupefacta; aquella malla tan finamente colocada, aquella enredadera sobreviviendo obscenamente entre metales me pareció imposible. Fue la última visión del verdadero mundo del cual me arrancaron de cuajo como mala hierba. (Este es un fragmento -como todas mis Balitas- de una novela escrita hace varios años)
1 comentario:
Casi como pensar en que después de haber lanzado margaritas a los cerdos, ellos las recogerán delicadamente, una por una, y las colocarán en un florero, invadidos de súbita melancolía...
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