Ya viene para acá. Pude escuchar nuevamente su voz gracias a tu
infinita compasión, amada virgen.
No sé cuanto falta para que esté aquí y me rescate de estos días
de asueto forzado en los que mis compañeros de trabajo preguntan por mí
constantemente, preocupados.
Me desapareciste hace ya varios días y me extraña que no me hayas
matado con tus manos rebosantes de poder.
Ya ellos se encargaron de la parte más fácil, dijiste. Lo mío no
son las violaciones ni los golpes, a mi no me gusta eso, yo más bien las cuido
y trato de que ellos no hagan muchas pendejadas, ellos son mis hijos, pero son
hombres. Lo difícil es reconocer que tú eres un ser humano, mija. Tú les
gritaste a ellos que dejaran de violarme, los abofeteaste, eso escuché. Ya no
volverán a hacerte eso, me dijiste luego.
Quiero seguir con vida pero no quiero volver con mi padre, no
quiero tener miedo a la muerte otra vez.
Ya viene para acá. Miro a través de la ventana que piadosamente
pusiste frente a mi, una ventana que da a un jardín con macetas que tú misma
cuidas, acaricio las frazadas que me echaste encima por esa misma piedad,
pienso que para ser una secuestradora eres bastante gentil, si no fuera porque
me amordazas yo podría ser, además de tu hija, tu amiga. Una tarde me dijiste,
te voy a llevar a otra parte para que no te deprimas tanto, no te voy a hacer
nada, voy a cuidar de tu vida porque aunque soy una hija de puta no soy tan
mala, y no voy a permitir que mis hijos te maten. Sólo somos pobres y
necesitamos el dinero, pero no somos pendejos y no te vamos a hacer daño si tú
cooperas con nosotros. Te voy a llevar para que veas mis plantas. Te voy a
dejar en el cuarto y te vas a destapar los ojos. Repetimos una y otra vez esa
operación sin que yo mirara jamás tu rostro divino. Pienso que soy como una de
tus plantas: ajada pero viva.
Me dices que ya viene para acá, me acercas un plato de sopa, es de
verduras y me la das en la boca por última vez, madre mía. Te vas a ir buena y
sana, dices antes de la cucharada.
Me pregunto si podrás lograr que mi padre y yo nos volvamos a ver,
pienso que alguno de mis hermanos vendrá a darme el tiro de gracia, me pregunto
si realmente te obedecerán después de que tengan el dinero. Ellos son hombres.
Me mantuvieron muy bien atada, yo cooperé en todo, mis ojos nunca
vieron un solo rasgo de sus rostros. Tú te has empeñado en mantenerme viva
porque sé que en el fondo me quieres ¿verdad que me quieres, madre?, también
porque debo contestar de vez en vez el teléfono para que mi viejo padre
recargue energías para seguir juntando el dinero de mi rescate.
En la desesperación se conoce el amor verdadero y yo nunca tuve un
amor como el tuyo.
Cuando era libre, cuando no te tenía, una joven me dijo que yo era
una mujer feliz, no sé cómo ella
lo sabría cuando ni siquiera yo lo sospechaba. Aquella amiga lo decía porque yo
aprendí a volar, y todos creen ciegamente en el cliché de que volar es ser
feliz. También me dijo que muchos se burlaban y hablaban mal de mi y que mi
alfombra mágica era motivo de inquina. Aquello no era una alfombra mágica. Para
subirme a ella tenía que sujetarme muy bien todas las cintas y los broches de
seguridad, debía ponerme un casco con barbiquejo, mi traje de cordura, mis
botas de media caña, un vario, un paracaídas de emergencia... “Ojalá fuera una
alfombra mágica”, pensaba cuando corría hacia la pendiente y me montaba sobre
el viento laminar, sobre la termal o la nube, después de vencer el miedo a la
muerte o mínimo a romperme las costillas en el despegue. Debía, poco a poco,
durante el trayecto, acostumbrarme a vivir en el aquí y en el ahora para no
montarme sobre la persistente idea de romperme las espinillas en el aterrizaje.
Hoy vivo aquí y ahora, sintiendo tu presencia, tus manos duras
ayudándome a no tropezar, madre sin rostro. Me ha costado tiempo de
entrenamiento arrojarme hacia el precipicio, pero hoy no me siento capaz de
arrojarme siquiera al otro lado de la puerta. No quiero ser libre ni volar. Lo
que quiero es quedarme aquí, inmovilizada, gestándome eternamente en tu obscuro
vientre de madre secuestradora.
Ya viene para acá, antes que él llega a mi mente el silbido de una
bala que no dio en su blanco, pero que pasó muy cerca de mi oreja. Tus hijos me
rompieron los dos brazos, me rompieron la nariz, casi me hacen perder un ojo.
Tú me limpiaste, sanaste lo mejor que pudiste mis heridas,
entablillaste mis huesos rotos, fuiste una enfermera puntual. La bala no dio en
el blanco pero su veloz paso por las cercanías de mi oído dejó una canción
monótona y perenne ahí. Esa canción mantiene viva una pena tan honda que me da
nausea. Él está por llegar. Me sentiré desvalida. No volveré a ser amordazada.
Me quedaré sin tu gran sopa de verduras, sin tu dedicación, sin la delicadeza
con que quitas la mordaza para que yo hable en monosílabos: sí, pa, pa, sí. Tus
hijos me dejaron la lengua casi inservible, entre tanto jaloneo y golpe me la
mordí fuertemente, sólo puedo engullir poco a poco tu sopa. Ya viene para acá
mi padre y yo te perderé.
1 comentario:
Sopa y sagrada forma.
mrp
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