A tal grado
ha caído mi estima
por aquella
lejana escritora
extranjera…
¿era suiza,
alemana,
colombiana
o francesa?
No puedo ni recordar
su nombre...
lo tengo
en la punta
de la lengua...
¡Dios mío!
¡Qué memoria!
¡Qué olvido!
Y pensar que hace años
por ella me moría,
¡A leguas
la habría reconocido!
Su obra hoy
me parece anodina,
mi interés
ante su prosa
palidece,
pues es sólo
una sordina
que adormece
con juegos
de palabras
para legos,
baratos,
de mercado,
de morralla,
insensatos,
ofensivos
para el lector avezado.
2 comentarios:
Yo sí sé qué le pasó a aquella lejana escritora. Es simple: creció su lectora. A ésta le comenzaron a brotar varias virtudes: una mirada limpia y perturbadora, una escritura de relámpago, unas luces que no dejan de encender las de uno. Juego, burla, pero todo muy en serio en este poema: los libros no cambian. Se alteran solo nuestros ojos. Los de Rowena Bali todo lo iluminan, hasta las ausencias. JJR
Gracias, JJR. Tú eres quien me ilumina, sólo tú. Sí, la lejana escritora es esa que estás pensando, la de mis primeras lecturas "serias".
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