Yo creía que mi psicoterapeuta era una mujer inteligente, merecía cierta autoridad por el hecho de cobrarme tan caro, tenía un lenguaje afable y fluido que la hacía agradable, tenía unos lentes muy gruesos sobre grandes ojos color almendra, me emboscaba con una seriedad implacable pero sonreía con facilidad, le gustaba su trabajo y no tenía muchas clientas; creo que otra chica (a la cual también me dediqué algunas horas) y yo éramos sus únicas pacientes.
Una vez me dijo que mi cerebro era como un súper y que tenía que ir pensando en la estrategia para comprar la despensa en el menor tiempo posible o bien que disfrutara mis compras; tenía razón. En aquel tiempo el súper era uno de los principales impulsores de mi desorden; yo entraba ahí y la ola de plásticos me arrollaba, mi ecologismo, por aquel entonces, no me permitía ser feliz en un súper, contárselo a mi psicoterapeuta me ayudó enormemente. Terminé llorando en su pecho mientras que ella, sabia y repetitivamente, me decía que lo superara. Perdí mi fobia al plástico. En otra sesión me explicó que el cerebro era como una maquinita de chicles, que cada color de chicle era como una idea, que cada bolita era una división de esa idea y que había que agrupar las ideas por colores, para que la cosa funcionara. En eso no estuve de acuerdo, porque el azar da sentido a las maquinitas de chicles.
Poco tiempo después de aquella exposición me distancié de ella, no sin que antes el psiquiatra (quién por cierto era su marido) me recetara una buena cantidad de ribotril para irla pasando.
Una vez me dijo que mi cerebro era como un súper y que tenía que ir pensando en la estrategia para comprar la despensa en el menor tiempo posible o bien que disfrutara mis compras; tenía razón. En aquel tiempo el súper era uno de los principales impulsores de mi desorden; yo entraba ahí y la ola de plásticos me arrollaba, mi ecologismo, por aquel entonces, no me permitía ser feliz en un súper, contárselo a mi psicoterapeuta me ayudó enormemente. Terminé llorando en su pecho mientras que ella, sabia y repetitivamente, me decía que lo superara. Perdí mi fobia al plástico. En otra sesión me explicó que el cerebro era como una maquinita de chicles, que cada color de chicle era como una idea, que cada bolita era una división de esa idea y que había que agrupar las ideas por colores, para que la cosa funcionara. En eso no estuve de acuerdo, porque el azar da sentido a las maquinitas de chicles.
Poco tiempo después de aquella exposición me distancié de ella, no sin que antes el psiquiatra (quién por cierto era su marido) me recetara una buena cantidad de ribotril para irla pasando.
1 comentario:
Otra de terapeutas.
Antes de ir a terapia, había tirado todos mis poemas y pensamientos, siempre me molestó expresarme en segunda persona
Mi terapeuta, al llegar a la primera sesión de terapia, fue muy insistente en que no hablara en segunda persona, cuando se hable de un problema personal o un éxito profesional. El ejercicio aún hoy en día me cuesta trabajo sobre todo en las pláticas cuando comento que yo me siento me siento bien hablado en primera persona e invitando amablemente a mis amigos que lo hagan, porque considero que es importante compartir una plática de persona a persona. Por lo general , termino hablando sólo. Hoy en día cuando escucho o leo el yo o hablar a alguien en primera persona en una conversación o escrito puedo decir aquí hay algo diferente.
Fernando Sojo Malacara
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