Antes, cuando tenía que tomar el camión y aun conservaba el contacto constante con muchas personas, me solazaba principalmente en la contemplación de las mujeres. Soñaba que era una asesora de imagen, (ese título se me quedó clavado en la cabeza desde que me enteré de cuanto gastaban los presidentes por el servicio de asesoría de imagen) pensaba, por ejemplo, si me encontraba con una muchacha de aspecto triste, en cómo se vería feliz: como sería ella en su estado ideal. Siempre llegaba a la conclusión de que la belleza es una condición indispensable (¿Cuántas mujeres viven sin lo indispensable?) en toda mujer. El órgano femenino debería ser el encargado de administrar, ordenar y planear la belleza... Si la mujer fuera capaz de alcanzar su equilibrio natural, tan devastado por los largos años de represión, violencia, publicidad y basura, seguramente sería bella. Los maridos del mundo no despreciarían a su esposas, tan lejanas a las chicas del teibol, tan lejanas a la lejanía inalcanzable de las mujeres de catálogo... tan lejanas a las otras. La belleza sería única e irrepetible, insustituible, si la mujer encontrara su equilibrio y si el hombre estuviera sobre la balanza.
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