Capítulo 18
Aunque dios no me dotó de las virtudes para ser una amazona de verdad, yo he sabido que al menos me ha dotado de las facultades para luchar, aunque sea por una causa de lo más mediocre. La ciudad de Medalla es entrañable para mi: mi tierra, mi hogar, mi esencia siempre repudiada: el Edén de los desaparecidos. Por los siglos de los siglos, amén. Mi historia fundamental me ha condenado a estar muerta de por vida, y tener muertes continuas de las cuales jamás nadie tendrá noticia. Mi nombre no se escribirá en un obituario de Golina. Nunca saldrá la foto de mi rostro en los periódicos más importantes del mundillo, apenas he tenido la esperanza de encontrar la foto de mi rostro en algún periódico desahuciado en una calle de Medalla. Porque bueno, chicos, yo a ustedes nunca les he presumido nada, pero hace años en Medalla sí alcancé la fama, llegué a tener los logros que la gente común encuentra estupendos, magníficos: cualquier medallense promedio sentiría admiración por mi.
Después de conocer la verdadera historia de la Arcadia y aquellas violencias veladas hacia mi amada para mi era imposible no actuar. Yo ya no quería ser un personaje relevante, ostentoso e imposible: todo lo que quería era regresar a mi pequeña ciudad, llena de bellezas posibles, y traer a Cinch conmigo, para que dejara de ser tan hermosa y se convirtiera en una mujer a penas fuera de lo común. Yo había descubierto que mi tarea en este mundo era llevar de regreso a mi mujer a esa ciudad mediocre, para juntas recuperar lo posible. Quería preparar junto a ella largas cenas a la luz de la velas, reconvertir a mi reina de la Ciudad de Golina en una muchacha que se baña en el agua de la fuente del Parque de Medalla, donde el Chulo de Viades nunca ha dejado de ser joven y hermoso. Yo soy valiente, con mi locura de amor la haré volver a mi lado, la Arcadia no merece existir, quiero que me maten después de que sus calles y sus edificios estén en llamas, no quiero recuperar el paraíso inmerecido, quiero que vuelva el tiempo de Medalla.
¿Porqué desear regresar a Medalla si ahora tenía mi hogar en el sótano del castillo de Golina? Quizá porque allá había logrado trascender y aquí no lo lograría, quizá porque allá había conocido la única causa por la que valía la pena luchar y trascender: Cinch. Esa adorada mujer de cabellos pintados de todos los colores posibles, de los rostros maquillados con celo infinito para obtener una belleza irrepetible, esa mujer que había ganado la batalla de miles de cientos de abusadores en el Amazon. Esa mujer era la única causa por la que era posible que una tipa frustrada como yo, sin oficio ni beneficio, una sirvienta en el hogar de los grandes, fuera valiente.
Para ser valiente no hace falta ser una amazona de piernas duras, ni haber cruzado por las pruebas más difíciles, no hace falta un doctorado honoris causa por parte de la Universidad de Golina, para ser valiente hace falta tener un poco de dignidad, también hace falta trazar una estrategia, pensar con la cabeza fría, nunca precipitarse a lo tonto y lograrlo, hacerla a lo grande desde la penumbra, sin esperar que esa penumbra sea iluminada. Pero hay una regla que conforma el fundamento de la valentía: amar a una mujer.
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