A veces cuando hablo contigo creo que estoy escuchando a tu madre: me paralizo y no camina una sola idea por mi mente... ¿será que estoy enamorada de tu madre? ¿será que debo suponer que en tu casa supondrán que no tengo una sexualidad normal? ¿qué es una sexualidad normal? ¿amar sólo a una mujer vieja, desear su pasado y no amarte a ti pero amar lo que de ella veo en ti y transfigurarlo en deseo feroz , no es tener una sexualidad normal?.
No seas prejuicioso, amigo, compañero. Tú sabrás porqué vine aquí a pronunciar este discurso íntimo que cae del techo de este cuarto, para llegar, extrañamente, hasta ti.
Hay algo que quiero dejar claro, por si acaso mis palabras te parecieran confusas: no me he parado aquí a que me juzgues porque no has tenido otra más que darte cuenta (¡al fin!) de mi existencia. A mi que tú me quieras no me importa... ¿no te das cuenta? Si te hago el amor es porque tal acto me hace recordar a tu madre.
También amé profundamente a mi propia madre, pero ella se ha convertido en una hórrida transfiguración de mi yo imposible, que me dejó como herencia maldita un montón de mensajes inconscientes y automáticos que debo escribir. Amo a tu madre porque recuerdo esa piel suave y bronceada, sin una sola marca, sin una sola estría, sin celulitis. Porque pienso en un muslo recogido en el punto más alto de su posible tersura; es fácil solazarse en ese punto: lo que realmente veo es el muslo caído, el rostro ajado, la frustración reflejada en un rostro que tiene destellos de ternura.
No seas prejuicioso, amigo, compañero. Tú sabrás porqué vine aquí a pronunciar este discurso íntimo que cae del techo de este cuarto, para llegar, extrañamente, hasta ti.
Hay algo que quiero dejar claro, por si acaso mis palabras te parecieran confusas: no me he parado aquí a que me juzgues porque no has tenido otra más que darte cuenta (¡al fin!) de mi existencia. A mi que tú me quieras no me importa... ¿no te das cuenta? Si te hago el amor es porque tal acto me hace recordar a tu madre.
También amé profundamente a mi propia madre, pero ella se ha convertido en una hórrida transfiguración de mi yo imposible, que me dejó como herencia maldita un montón de mensajes inconscientes y automáticos que debo escribir. Amo a tu madre porque recuerdo esa piel suave y bronceada, sin una sola marca, sin una sola estría, sin celulitis. Porque pienso en un muslo recogido en el punto más alto de su posible tersura; es fácil solazarse en ese punto: lo que realmente veo es el muslo caído, el rostro ajado, la frustración reflejada en un rostro que tiene destellos de ternura.
Eres hermoso, Alejo, y tu cuerpo ha guardado la candidez que amo en ella. Tienes la piel bronceada; los demás hombres prefieren apartar la mirada ante tu presencia, que les causa ira, y sin embargo a mi tu madre, que es sólo una mujer devastada por tu presencia de ángel endemoniado, me gusta más que tú.