Si la felicidad fuera un
fenómeno expansivo que bañara todo el orbe e incluso al universo, seguramente
se consolidaría -algún día- como un fenómeno feliz.
Una felicidad que se sabe
acompañada de la desdicha ajena no puede ser felicidad. Por ese motivo la
felicidad nunca ha sido permanente, sino para el ignorante. Haría falta una
especie de campaña de reanalfabetización para que el iletrado desaprendiera a ser un individuo social, para después tener el genuino sueño de ser feliz,
para luego empezar a luchar para alcanzar el sueño y así obtener un poco de él,
sólo un poco... Para quien la felicidad es una condición aprendida, o para el
que piensa que una sonrisa siempre ensayada es la felicidad, la infelicidad
ajena es un hecho ignorado. Para quien finge estar feliz siempre los infelices
son unos estúpidos, a quienes no se debe prestar atención, ni de los que se
debe tomar ejemplo. Los felices perennes no son capaces de prestar atención ni
a sí mismos.
Todos coincidimos en que la
felicidad no es necesariamente la abundancia, ni la parquedad, ni es una
circunstancia permanente, y coincidimos en que la felicidad no es privativa de
ninguna clase o raza; sin embargo hay muy sólidas posibilidades de que esta
sociedad de consumo la privatice por completo.
Aristóteles escribió sobre el justo
medio, que situaba el estado ideal de las personas en el equilibrio, en la
concordancia, en la templanza, en la medida justa de las cosas… sin embargo el
justo medio tampoco es la felicidad, sino una propuesta para llevar la vida con
la dignidad necesaria para hacerse acreedor a una dosis de felicidad, que se
irá repartiendo en pequeñas cucharadas a lo largo de la vida, a intervalos de
infelicidad. Hay un acuerdo mutuo entre las personas en cuanto a que la
felicidad es una condición a la que todos quieren llegar, sin embargo, las
discrepancias se desatan en forma tristemente violenta en el preciso instante
en que se intenta descubrir el método, el modo, o el camino... Si pensamos en
la felicidad en términos globales, deberíamos decir que hemos vivido en un
mundo infeliz. Puesto que hemos inoculado en él un agente morboso de
insatisfacción, y propagamos infelicidades todos los días, para luego vender
antídotos. (Fragmento de guión radial)
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