Llegan las diez y es temprano para ir al mundo de los sueños, donde quizá me encuentre con serpientes negras, centelleantes; puede asomar una mano nívea por mi ventana, que da a un jardín donde hay un pirú gigantesco, que produce racimos de pequeñas uvas rosadas, de papel brillante y quebradizo, que contienen semillas de pimienta dulce; una ventisca aparece en mi sueño y tras ella el rostro de una dama de alabastro y ojos verdes, dientes de esmeralda y pelo cano, una mujer que eres tú en tu versión de muerte vibrante, de muerte viva, muerte fosforescente, encendida.
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