miércoles, 3 de febrero de 2021

El origen de la envidia

Su capacidad creativa era más grande de lo que se imaginaba, él creía, simplemente, que hacer ríos, lagos, montañas, valles y todo lo que conformaba la vida terrestre antes de la llegada de los humanos, era algo normal. Nació para crear cosas, los otros no, así de simple. Lo demás había nacido para ser creado; también para irse de la superficie terrestre cuando su creador lo decidiera; para temerle, para sentir el revoloteo de las alas de sus emisarios negros o blancos en la espalda, para pecar de soberbia, para emular su talento creativo. Entonces nuestro amigo inventó también a algunos humanos a los que inculcó el deseo de crear, para crear cosas más grandes de las que podían imaginar, y así, conforme los humanos creados por él se reprodujeron, fueron heredando a sus hijos esa necesidad de hacer cosas que tenía su padre original, al que todos recordaban con orgullo, al que buscaban emular. Pero en el fondo aquellos niños no sabían nada sobre cómo a su abuelo se le ocurrió aquello, nunca pudieron comprender el origen que impulsó toda esa maravilla, ni siquiera comprendían bien al abuelo, ni sabían donde estaba. Entonces se sintieron envidiosos al verse imposibilitados para hacer cosas tan grandes; sus artes, aunque sorprendentes y llenas de nobleza, no alcanzaban tal magnificencia. Por otro lado, el viejo no estaba presente para mostrarles cómo hacer cosas similares. Sabían que en algún lado se encontraba, y que él era diferente de ellos en que era inmortal. Pero no lo conocían muy bien. 

    Un día, a través de un libro, se enteraron de que su abuelo había muerto y escribieron bellas elegías, en las cuales exaltaban sus grandes obras, derramaron lágrimas, pero nadie supo dónde se encontraba el cadáver del abuelo, ni experimentaron deseo alguno por averiguarlo. No entendían, pues, con mucha claridad, el concepto de eternidad, y por ello se les olvidó que su abuelo no podía morir, que estaba justo ahí, en su tarea incansable de crear cosas. Había sido un filósofo muy afamado aquel que había inventado su muerte, y los nietos simplemente se lo creyeron. 

    Una vez muerto el abuelo los nietos empezaron a crear más ciudades con grandes puentes que unían pequeños universos, crearon redes de comunicación y superaron todas las capacidades originales por mucho; sus oídos y ojos se expandieron kilómetros infinitos y al fin se olvidaron por completo de que algún día existió un origen. Quisieron desparecer las maravillas logradas por el abuelo, pero lo único que hicieron fue apartarse de ellas. En un lugar lejano de las ciudades construidas por sus nietos, el abuelo seguía haciendo sus cosas. Entre ellas trabajaba arduamente en dejarle claro a esos niños que tarde o temprano tendrían que irse de la superficie terrestre.

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