En este inicio de los vientos las mariposas –amarillas y
naranjas- empiezan a perder su brillo. A media mañana las veo volar
persistentemente contra la ráfaga y llegar hasta la terraza, alcanzando mis flores,
que han perdido también su brillo con el principio de los vientos. Sólo la mariposa negra, que a pleno día simboliza un cambio luminoso, conserva su luz iridiscente.
Es increíble
todo lo que se puede ver desde aquí: he visto un turpial, una calandria, un
azulejo, una familia de piqueros, un cardenalillo joven, muchos cenzontles,
muchos colibríes entre los cuales destaca uno que tiene el plumaje de un color gris verdoso o azulado; bajo las plumas del cuello
se oculta un collar de un estridente naranja, que no pierde su esplendor jamás, y mis ojos -curiosamente dotados de una capacidad para
otear los colores y para desconocer las formas- los clasifica a veinte metros
de distancia. Vi libélulas y zonas arqueológicas, y una pequeña cúpula que me recuerda a Santorini.
He escuchado
la lavadora de la vecina en su latir extraño.
Suelo reconocer los rostros de las personas, más que por sus
formas, por sus colores; aunque en la cercanía ciertos rasgos cincelan mi mente, a
veces mi propio rostro, mi gesto, mi oído, mi olfato.
Yo sé cual es tu color.
Es imposible todo lo que he visto desde aquí: la luna naranja previa a tu llegada, el signo
contundente de tu arribo, una tormenta de rayos atrapada en un gran cúmulonimbus. Cientos de rosetones estallando al unísono en mi reserva de fiestas de santos patronos.
He visto desde aquí, sentada aquí mismo, tu rostro sonriente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario