Debo admitir que he conocido
mucho gracias a la serpiente, no sé si presumirles o avergonzarme de ello: he visitado,
desde hace varios años, las pasarelas de los diseñadores de moda más famosos a
lo largo y ancho del orbe; me he comprado varias prendas durante las ventas
posteriores a esas pasarelas, pagando precios estúpidamente caros; he acudido a
las clínicas de belleza más sofisticadas y costosas del mundo, soy pura vanidad. El odio profundo que siento por la serpiente, el sacrificio enorme que
ha sido para mí portarlo día a día en el invierno perenne de mi vida -como un
abrigo de pieles que una furiosa activista arranca a una mujer drogada y vacía-
me ha hecho rica.
Supe capitalizar mi odio, mi
indignidad. No merezco ni felicidad ni paraíso. Pero tengo aún derecho a contar
mi historia, y así lo haré, relataré capítulo a capítulo las aventuras y
martirios de mi vida junto a la serpiente.
Una mañana abrí mi bandeja y
encontré un remitente desconocido con el asunto: te amo. Como soy una romántica
empedernida el corazón me dio un vuelco. Empecé a enlistar
mentalmente a los posibles dueños de ese remitente ¿quién podría hacer
semejante declaración?
Abrí de inmediato el mail y encontré las fotografías
de la serpiente, adjuntas a un breve texto donde declaraba ser mi “fan”, me
decía que yo era “lo más” y que “se mataría por conocerme”. Aquello me pareció
un tanto exagerado y extraño, pero como mi ego es muy sensible le seguí el
juego, entonces, de una manera casi automática le respondí en tono seco: ¿ah
sí?¿quién eres?... aquella pregunta desató una respuesta aún más misteriosa que
me inquietó: soy tu destino.
Seguimos escribiéndonos durante unos días hasta que ella, tímidamente, me pidió que nos viéramos para desayunar. Yo accedí de inmediato y cuando la conocí me sentí en un estado de náusea, tuve que llamar al mesero porque me invadieron unas arcadas. Inmediatamente me di cuenta de que había caído en una trampa, porque su presencia me llenó de pánico y me enfermó. Ella le dijo al mesero que todo estaba bajo control y que me llevaría al médico, y con su ayuda me sacó a rastras del lugar y me subió débil y casi inconsciente a su automóvil en el cuál perdí totalmente el conocimiento.
Después de aquella cita llegué a mi casa de milagro, sólo porque al final se apiadó de mí y me lanzó con vida sobre la carretera cercana, por la cual pasaba rumbo al colegio de mi primer hijo cada mañana, de ahí me levanté con heridas profundas en todas partes y el alma corrompida. Mi marido me recibió con un rostro de terror que no olvidaré, me había estado esperando durante siglos, me dijo… ¿qué te pasó?¿dónde estuviste? Yo sólo acerté a decir: me echaron del paraíso, y volví a caer desmayada. Después de aquel desmayo desperté en la cama que mi marido y yo compartíamos desde hacía varios años, y poco a poco me fui curando hasta que un día me levanté sólo para recibir la noticia de que estaba esperando un segundo hijo. Aquella noticia, más que alegrar a mi marido lo enfureció, a mí me llenó de miedo. Mi marido, que siempre había sido una persona dulce y educada, empezó a tratarme con altanería y a poner abiertamente en duda el origen de mi embarazo, eso me hería tanto que de ahí en adelante empecé a vivir triste. Una noche en que me sentía particularmente mal no llegó a dormir y me dejó esperando toda la noche, sin responder una sola llamada. Aquello era absolutamente irregular en él, siempre franco y fiel a mí. En la mañana, cuando regresó oliendo a alcohol, se burló de la sangre que chorreaba entre mis piernas y que representó la primera amenaza de aborto. Entonces, un buen día en que yo guardaba reposo la serpiente me llamó por teléfono: mi furia era tanta que tomé la llamada y me temblaban las manos. Antes de dejarme hablar me dijo a gritos que ella no había tenido intención de herirme y que dejaría una maleta en mi dirección con dólares en efectivo suficientes para iniciar una nueva vida. La llamada de la serpiente duplicó mi rabia: aquella mañana me había drogado, me había mancillado y luego me había arrojado a la carretera. Sin embargo la propuesta de una nueva vida no me parecía nada mal. Entonces le pregunté ¿De cuánto estamos hablando?
Seguimos escribiéndonos durante unos días hasta que ella, tímidamente, me pidió que nos viéramos para desayunar. Yo accedí de inmediato y cuando la conocí me sentí en un estado de náusea, tuve que llamar al mesero porque me invadieron unas arcadas. Inmediatamente me di cuenta de que había caído en una trampa, porque su presencia me llenó de pánico y me enfermó. Ella le dijo al mesero que todo estaba bajo control y que me llevaría al médico, y con su ayuda me sacó a rastras del lugar y me subió débil y casi inconsciente a su automóvil en el cuál perdí totalmente el conocimiento.
Después de aquella cita llegué a mi casa de milagro, sólo porque al final se apiadó de mí y me lanzó con vida sobre la carretera cercana, por la cual pasaba rumbo al colegio de mi primer hijo cada mañana, de ahí me levanté con heridas profundas en todas partes y el alma corrompida. Mi marido me recibió con un rostro de terror que no olvidaré, me había estado esperando durante siglos, me dijo… ¿qué te pasó?¿dónde estuviste? Yo sólo acerté a decir: me echaron del paraíso, y volví a caer desmayada. Después de aquel desmayo desperté en la cama que mi marido y yo compartíamos desde hacía varios años, y poco a poco me fui curando hasta que un día me levanté sólo para recibir la noticia de que estaba esperando un segundo hijo. Aquella noticia, más que alegrar a mi marido lo enfureció, a mí me llenó de miedo. Mi marido, que siempre había sido una persona dulce y educada, empezó a tratarme con altanería y a poner abiertamente en duda el origen de mi embarazo, eso me hería tanto que de ahí en adelante empecé a vivir triste. Una noche en que me sentía particularmente mal no llegó a dormir y me dejó esperando toda la noche, sin responder una sola llamada. Aquello era absolutamente irregular en él, siempre franco y fiel a mí. En la mañana, cuando regresó oliendo a alcohol, se burló de la sangre que chorreaba entre mis piernas y que representó la primera amenaza de aborto. Entonces, un buen día en que yo guardaba reposo la serpiente me llamó por teléfono: mi furia era tanta que tomé la llamada y me temblaban las manos. Antes de dejarme hablar me dijo a gritos que ella no había tenido intención de herirme y que dejaría una maleta en mi dirección con dólares en efectivo suficientes para iniciar una nueva vida. La llamada de la serpiente duplicó mi rabia: aquella mañana me había drogado, me había mancillado y luego me había arrojado a la carretera. Sin embargo la propuesta de una nueva vida no me parecía nada mal. Entonces le pregunté ¿De cuánto estamos hablando?
Ella me dijo que no me
preocupara, que siempre alcanzaría, que sus arcas eran eternas, pero que había
una condición; yo debía tener y cuidar a su hijo. Cuando me dijo que ella era
la madre me quedé helada, a partir de aquel momento la serpiente
sembró en mí una semilla más de desasosiego. Además, mi marido estaba dejando
de quererme y yo no podía más con tanta tristeza. Empecé a odiar profundamente
a mi segundo hijo, al feto, esa cosa horrenda que se desenrollaba impura en mi
interior y carcomía de dolor y duda el corazón de mi esposo. En mi
desesperación tuve una idea: llamé a la serpiente y le dije que aceptaba el
trato, pero que quería un adelanto de aquella maleta de fondos eternos que me
había ofrecido a cambio de que engendrara a su demonio. Ella me respondió que
“cero problema”. Me citó en un hotel, me dijo que no me preocupara, que el
dinero estaría en la habitación 206. Acudí al lugar y encontré efectivamente
una maleta, la abrí y encontré varios fajos de billetes, sentí una náusea tan
intensa como cuando la serpiente me drogó, pero esta vez la impresión de ver
tantos dólares juntos me mantuvo alerta y no me desmayé, sólo salí corriendo
de ahí sin mirar atrás con la maleta en la mano.
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