Hace algunos años, cuando era muy joven e incursionaba
en el mundillo de las drogas, me puse a dibujar en estado de trance y me
saliste tú. Cuando te dibujé ni sabía quien eras ni te conocía. Era un
perfil y la primera vez que te vi, te vi de frente. Un día tu perfil me sorprendió.
Se atravesó en mi camino como un vaticinio cumplido que nunca se cumplió, pero
antes de que me sorprendiera el perfil, me sorprendió el sueño, la repetición y
otras muchas cosas cuya narración me sería eterna, hoy no me queda mucho tiempo.
Me siento como un muchacho que se amarra a
sus recuerdos de juventud, pero no olvido este presente, estas sábanas, esta
felicidad que viene a través del cuerpo blando y la voz pausada de la enfermera.
Ella no permite que llegue nuevamente la vejez.
El amor que siento por ti es la última vida
que me queda, por eso se me van las horas en recordar tu dedo señalándome a
lo lejos, los cientos de explicaciones nunca necesarias, la jauría tratando de
marcar su territorio ante la mejor hembra de la manada, yo riéndome a
carcajadas porque soy el macho alfa, la carne asada, el parque, los perros, los caminos pedregosos, tus caderas marchando cuesta arriba, un gato te lame la boca, eres tan bella... Los juegos en solitario, las cartas
extendidas frente a mí me gritaron que tú también me querías, los últimos
meses, las últimas semanas, las últimas horas… Se me olvidaron los miles de libros
que leí, la conciencia me abandonó, todo recuerdo palidece ante la imagen de tu
presencia. La poca vida que me queda la viviré contigo, Morfina, sintiéndome
eternamente un muchacho.
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