domingo, 6 de agosto de 2017

Yo y la mujer de Isaac Kunts

Estoy casada con un hombre muy conocido. Todos me conocen a mí también, me tienen como referencia en ciertos medios, mis amigos se mueven en las altas esferas, donde, por cierto, todos saben el nombre de mi marido. Cuando salgo a algún lugar y me encuentro con conocidos me preguntan con frecuencia ¿Tú eres la esposa de Isaac Kunts?, suelen agregar cosas como ¡Qué gusto verte! o ¿Cuándo nos tomamos un café para platicar sobre ese asunto que quedó pendiente? Entre todos mis asuntos casi nunca tengo tiempo para recordar los que quedaron pendientes. Yo respondo siempre con absoluta diplomacia, trato de ser amigable con todo el mundo. 
Esta mañana me quedé largo rato mirando al espejo como mi imagen se ensombrecía, dejaba de ser ella y se convertía en la esposa de Isaac Kunts. De tanto dejar de ser reconocida por mi propio nombre he empezado a olvidarlo. Hubo en mí un impulso: una y otra vez dije la palabra “Yo”. 
Yo quería tener amantes. Mi marido es el hombre de mi vida, pero no puedo evitar enamorarme de otros: es normal.  Así me lo ha hecho ver él mismo. Cuando conocí a aquel joven mi mente no pudo evadir la obsesión por su sonrisa. El muchacho no era por ningún motivo un hombre exitoso, eso lo hacía aún más deseable. Hice lo que pude para agenciármelo, por lo demás, eso para mí es sencillo. Yo, como esposa de un hombre importante, puedo darme el lujo de pagarle a mis amantes a quienes exijo absoluta discreción. No es que no los ame, se ha dicho que el amor pagado no es amor: mentira. Yo los amo y por eso les pago. Ser amante de la esposa de un hombre como mi marido tiene sus consecuencias y una de ellas es convertirse en un empleado.
A Isaac jamás le confiaría que lo engaño, pienso que no lo entendería. Alguna vez intenté decírselo, pero, como suele ocurrir, no prestó atención a mis palabras.
Aquel joven se acercó amistosamente hacia mí y yo le propuse sin mayor aspaviento que fuera mi amante: me coloqué frente a él, acerqué mis labios a los suyos, lo miré a los ojos, le hice la propuesta en el oído. El muchacho entendió todo muy bien. Cuando empezamos a hablar fue para establecer los términos de su contrato. Yo, como la esposa de un hombre exitoso, no puedo dejar ningún contrato sin firmar. Le pagaría un automóvil y el club deportivo para que se mantuviera en mejor forma que nunca. No puedo tener amantes que no estén en excelente forma. Nuestra relación funcionó de maravilla. Cuando yo estaba con él dejaba de ser la esposa de Isaac Kunts para volverme su mujer. Más, como la esposa de Isaac Kunts que vuelvo a ser inevitablemente, no puedo darme el lujo de enamorarme ni más ni menos de la cuenta. ¿Cómo desperdiciar el capital entero en uno solo cuando mi marido está ahí para solventarme tantos?
Aunque trato de ser amigable con todo el mundo a veces el mundo no es amigable conmigo. Cuando vuelo y mis pies están demasiado cerca del mundo, sobre superficies no muy deseables, -como arboledas o rocas- siento que mi choque con él puede ser más que molesto. Mas, cuando estoy en mi fase ciudadana, imagino que sería peor chocar contra un pedazo de fierro. El mundo es mejor que varias toneladas de fierro.
Justo la tarde en que pensaba dejar a mi joven amante lo cité en una antigua casa adaptada como hotel, en la colonia Condesa. En la habitación principal hay un hermoso baño con un domo en forma de espiral que da al universo, cuando lo vi salir de ahí con la piel enrojecida desee no ser la esposa que soy. Pasamos la tarde juntos y nos despedimos en la puerta del hotel. Justo a esa hora pasó mi marido junto a nosotros, mas, como suele ocurrir, Isaac hizo caso omiso a mi presencia y siguió de largo. Imaginé que de pronto, al cruzar la calle, varias toneladas de fierro se le iban encima. Siempre que veo a Isaac pasar de largo experimento la misma rabia. Trato luego de tranquilizarme. Sé que de tanto engañarlo he ido trocando mi aspecto, de tanto ser yo me he vuelto una desconocida.





No hay comentarios: