Estoy
casada con un hombre muy conocido. Todos me conocen a mí también, me tienen
como referencia en ciertos medios, mis amigos se mueven en las altas esferas,
donde, por cierto, todos saben el nombre de mi marido. Cuando salgo a algún
lugar y me encuentro con conocidos me preguntan con frecuencia ¿Tú eres la
esposa de Isaac Kunts?, suelen agregar cosas como ¡Qué gusto verte! o ¿Cuándo
nos tomamos un café para platicar sobre ese asunto que quedó pendiente? Entre
todos mis asuntos casi nunca tengo tiempo para recordar los que quedaron
pendientes. Yo respondo siempre con absoluta diplomacia, trato de ser amigable
con todo el mundo.
Esta
mañana me quedé largo rato mirando al espejo como mi imagen se ensombrecía,
dejaba de ser ella y se convertía en la esposa de Isaac Kunts. De tanto dejar de ser reconocida por mi propio nombre he empezado a olvidarlo. Hubo en mí un
impulso: una y otra vez dije la palabra “Yo”.
Yo
quería tener amantes. Mi marido es el hombre de mi vida, pero no puedo evitar
enamorarme de otros: es normal.
Así me lo ha hecho ver él mismo. Cuando conocí a aquel joven mi mente no
pudo evadir la obsesión por su sonrisa. El muchacho no era por ningún motivo un
hombre exitoso, eso lo hacía aún más deseable. Hice lo que pude para
agenciármelo, por lo demás, eso para mí es sencillo. Yo, como esposa de un
hombre importante, puedo darme el lujo de pagarle a mis amantes a quienes exijo
absoluta discreción. No es que no los ame, se ha dicho que el amor pagado no es
amor: mentira. Yo los amo y por eso les pago. Ser amante de la esposa de un
hombre como mi marido tiene sus consecuencias y una de ellas es convertirse en
un empleado.
A
Isaac jamás le confiaría que lo engaño, pienso que no lo entendería. Alguna vez
intenté decírselo, pero, como suele ocurrir, no prestó atención a mis palabras.
Aquel
joven se acercó amistosamente hacia mí y yo le propuse sin mayor aspaviento que
fuera mi amante: me coloqué frente a él, acerqué mis labios a los suyos, lo
miré a los ojos, le hice la propuesta en el oído. El muchacho entendió todo muy
bien. Cuando empezamos a hablar fue para establecer los términos de su contrato.
Yo, como la esposa de un hombre exitoso, no puedo dejar ningún contrato sin
firmar. Le pagaría un automóvil y el club deportivo para que se mantuviera en
mejor forma que nunca. No puedo tener amantes que no estén en excelente forma. Nuestra
relación funcionó de maravilla. Cuando yo estaba con él dejaba de ser la esposa
de Isaac Kunts para volverme su mujer. Más, como la esposa de Isaac Kunts que
vuelvo a ser inevitablemente, no puedo darme el lujo de enamorarme ni más ni
menos de la cuenta. ¿Cómo desperdiciar el capital entero en uno solo cuando mi
marido está ahí para solventarme tantos?
Aunque
trato de ser amigable con todo el mundo a veces el mundo no es amigable conmigo. Cuando vuelo y mis pies están
demasiado cerca del mundo, sobre superficies no muy deseables, -como arboledas
o rocas- siento que mi choque con él puede ser más que molesto. Mas, cuando
estoy en mi fase ciudadana, imagino que sería peor chocar contra un pedazo de
fierro. El mundo es mejor que varias toneladas de fierro.
Justo
la tarde en que pensaba dejar a mi joven amante lo cité en una antigua casa
adaptada como hotel, en la colonia Condesa. En la habitación principal hay un
hermoso baño con un domo en forma de espiral que da al universo, cuando lo vi
salir de ahí con la piel enrojecida desee no ser la esposa que soy. Pasamos la
tarde juntos y nos despedimos en la puerta del hotel. Justo a esa hora pasó mi
marido junto a nosotros, mas, como suele ocurrir, Isaac hizo caso omiso a mi
presencia y siguió de largo. Imaginé que de pronto, al cruzar la calle, varias
toneladas de fierro se le iban encima. Siempre que veo a Isaac pasar de largo
experimento la misma rabia. Trato luego de tranquilizarme. Sé que de tanto
engañarlo he ido trocando mi aspecto, de tanto ser yo me he vuelto una
desconocida.
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