Cuando ese halo
de majestad
te envuelve
eres un divo
desnudo y aburrido
de todo.
Olvidas la ortografía
de los nombres
de tus amigos
y te preguntas
si de veras
existieron,
al menos
como mínimas musas
de tus desencuentros
en los pliegues
de la blancura.
Te miras a ti mismo
y me miras ahí
y entonces olvidas
los nombres
de tus enemigos.
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