Una vez estuve viviendo en una casa a la orilla de un acantilado, en un intento de acercarme patéticamente a la Lacritud, a la Arcadia y demás utopías. Un día estaba preparando la comida mientras mi hijo se bañaba en la playa, que quedaba relativamente cerca; entró de pronto una llamada al celular, que durante ese tiempo yo ocupaba exclusivamente como alarma. Aquello hasta entonces era pretendidamente imposible. Esa imposibilidad era parte misma de la utopía personal que yo estaba viviendo. Utopía que vino a destruirse a continuación.
El de la llamada era un antiguo compañero del bachillerato del que no había vuelto a acordarme y que consiguió mis datos con no sé qué artilugios. El caso es que después de un tiempo yo volví a la ciudad, y a partir de un proceso que me es brumoso contarles, nos hicimos amantes. De pronto me empezó a parecer bello y me dio por convertirlo en mi paper doll y jugar a que yo era la diseñadora de imagen y él el embelesado receptor de los sacos y las corbatas, de las playeras y las chamarras, de los cortes de pelo y los pares de zapatos. Aquel era uno de esos aligerados periodos de mi corazón, en los cuales la carga casi siempre triste y sublime del verdadero amor es apenas perceptible y totalmente innecesaria.
Más tarde lo corté. Él tiene grandes defectos: mientras es incapaz de medir la tontísima magnitud de su error –motivo por el cual preferí dejarlo y que es fruslería contarles- vive alimentándose de mi, asunto que facilita la red. Esta red; la de los blogs y las amistades virtuales. Si yo me hubiera quedado en aquel acantilado en vez de regresar a la ciudad para estar a su lado, seguro me habría vuelto pescadora y la red nunca me habría atrapado. Quizá él haya sido una carnada en mi enredada vida o, ahora que lo pienso, quizá la carnada sea yo. Él vive succionando el esqueleto de mi presente, desde hace años, como si fuera suyo, y no tiene derecho. Nadie debería tener derecho de engañarse a sí mismo. Todos los días que escribo él se miente a través de mi voz ecualizada en su mente. Comete equivocación tras equivocación.
Más tarde lo corté. Él tiene grandes defectos: mientras es incapaz de medir la tontísima magnitud de su error –motivo por el cual preferí dejarlo y que es fruslería contarles- vive alimentándose de mi, asunto que facilita la red. Esta red; la de los blogs y las amistades virtuales. Si yo me hubiera quedado en aquel acantilado en vez de regresar a la ciudad para estar a su lado, seguro me habría vuelto pescadora y la red nunca me habría atrapado. Quizá él haya sido una carnada en mi enredada vida o, ahora que lo pienso, quizá la carnada sea yo. Él vive succionando el esqueleto de mi presente, desde hace años, como si fuera suyo, y no tiene derecho. Nadie debería tener derecho de engañarse a sí mismo. Todos los días que escribo él se miente a través de mi voz ecualizada en su mente. Comete equivocación tras equivocación.
4 comentarios:
Row:
Me gustó la frase, nadie debería tener derecho de engañarse a sí mismo, la sinceridad es algo muy intimo, pero el pudor de la desnudez es fuerte cuando no se está acostumbrado a ello, físicamente la desnudez es humanamente el estado natural del cuerpo, de igual manera no debe de haber secretos con uno mismo y compartir la sinceridad cuando menos en aspectos que tengan que ver con la vida, el futuro pero, sobre todo, con la felicidad.
Y en otros aspectos más personales que que comparto en este espacio de blog estaba escuchando una canción en este momento que realmente tiene algo de razón , si uno se ríe directamente del amor o lo minimiza con arrogancia es como echarle unas buenas cucharadas de Karmas instantáneos al agua de la vida y si se toma pues enferma demasiado y pega de frente justo en la cabeza y da revolcadas muy duras y en muchas ocasiones hasta mata, pero por fortuna creo que no se viene a este mundo a vivir con miedo y tristeza, sino a brillar en lo que se hace de la mejor manera posible y a cada quien le toca su parte.
Fernando Sojo Malacara
(AMOR; Me refiero en todos los aspectos hacia la pareja, padres, hijos, amigos uno mismo…)
Es cierto Fernando, he sido arrogante en esta entrada, -y en muchas otras- pero a las cosas hay que llamarles por su nombre. Hay amores que se ganan el desprecio a pulso.
Row :
Pa no darle vueltas
Opto por ejercer el derecho de la sinceridad, si opto por engañarme a mi mismo pues hay que estar atentos a que las demandas son fuertes
Sojo
Un abrazo
Mi querida Rowena:
Como ingeniero que he sido por treinta años me permito someter a tu consideración tres opciones para este asunto íntimo (esto lo hago de manera gratuita y no espero compensación alguna, y si ninguna es de tu agrado hasta las puedes descartar):
Violentas:
1.- Busca a un Judicial ($6,000 , y ya está).
2.- Publica su foto en el FB y di que le falta un testículo.
Tranquilas:
3.- Que te importe un pepino (da la impresión que ya es mayor de edad)
Ya sin mi pragmatismo de ingeniero te digo otras dos cosas:
Uno: Las utopias existen y tu te mereces la tuya.
Dos: Yo creo que es perfectamente válido y necesario que nos podamos mentir a nosotros mismos, si no pudiéramos no habría infierno.
m.r.p.
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