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lunes, 18 de octubre de 2010

Sobre el deseo inextinguible en la blogósfera

No somos para los demás lo que creemos ser. Las cosas están filtradas por el ojo que las mira. Quien permite que otro lo vea porque no le queda más remedio en este mundo voyeurista y desmesuradamente chismoso, sólo es una víctima.
Pienso en el pobre muchacho que pasó unos tres años de su vida dejándome mensajes en su blog, y en los tres años que yo -pobre de mi- estuve siguiéndolo en silencio, luego recuerdo a otro que en tiempos posteriores hizo más o menos lo mismo, y recuerdo haber actuado igual que con el anterior y luego a otro que hizo lo mismo en tiempos recientes, siendo mi reacción la misma. Pienso en los amigos que dejan mensajes a sus personas queridas u odiadas a través del arte, de la red, a través de una pared o –aquí en el pueblo pulquero donde vivo- de un maguey. Pienso en lo iguales que somos todas las personas. Pienso en lo difícil que es percibir una mente humana desde un punto distinto al del egocentrismo. Parece repetirse el mismo patrón. Pienso ahora en uno de mis sobrinos, que todo el día, sin importar el número de testigos, deja mensajes a su novia en el Facebook.
Si miras a los otros como si fueran tontos es porque eres un tonto incapaz de mirar con detenimiento. Si observas a otra persona con detenimiento obsesivo a través de tus medios digitales, eres un stalker, (hoy por cierto, descubrí el término) ¿esto te hace indeseable? Puede que sí, puede que no. Lo único que puedo decir es que eres un ser de tu tiempo y que todos los seres de tu tiempo se parecen mucho a ti. Sin embargo si te miras a ti mismo como a un tonto no es por que los otros -que te siguen a través de sus medios digitales- te miren igual, quizá los otros piensen que eres listo.
En tu cuerpo hay un deseo inextinguible desde la pre pubertad, antes quizá. Ese deseo en la era del internet sólo te sirve para perder el tiempo. En tu espíritu hay una fuerza de voluntad tan nula que prefieres sufrir mil años antes de acercarte a alguno de esos chicos bloggers a los que ves sufrir. Eres casi casto, tus amores son platónicos, y te has guardado una idea quizá falsa de que en la red nadie se enamora, pero finges lo contrario. La era del VIH también contribuye a esa falta de voluntad. Tu deseo es inextinguible, aunque estéril. Él o ella ya entendió el mensaje erótico que le enviaste, el otro o la otra empieza a notarlo y aquel o aquella ahora mismo siente una rara confusión y no entiende si lo seduces a él o a ella o a otra u otro. Tu corazón no es publicable, pero es un buen corazón, te ha mantenido vivo o viva pese a todos los intentos que rubios, rubias, mulatas y mulatos, morenos o morenas, impolutos e impolutas, intactos e intactas, han hecho para acabar con él en la blogósfera o en las redes sociales. Tu mente es tan obsesiva que puedes ir detrás de una conciencia y exprimirla sólo por curiosidad, sin tocarla siquiera, sin llegar al verdadero punto. El prejuicio prima, claro. Los demás son capaces de hacer lo mismo y más. Mientras que tú, en tu solipsismo, sueles calificarte de egocéntrico, y los ves a ellos pecar de ceguera ante sus exacerbadas vanidades.