Tuviste que vender la mitad del jardín de la casa para salir de la miseria. Ahí desde hace más de un siglo crecían unas palmeras datileras. En aquel jardín yacían muertos el paraíso y el infierno juntos, con todos sus dioses únicos, sus ángeles y sus demonios, en honor a ellos el gran pintor diseñó un mausoleo misterioso donde se concentraba un gran poder, que ahora está rodeado por un horrendo halo oscuro. Las datileras producían frutos dulces y carnosos. Te gustan tanto los dátiles que te los comes verdes, incluso te comes los huesos, que son como la carne de un coco, sólo que más dura y ligeramente amarga.
Realmente los dioses únicos y los demonios no terminan de morirse nunca, los ángeles tampoco. Los ateos que mataron a los dioses son personas frágiles que dudan con frecuencia, que tienen ataques de pánico y desamparo ante la idea de morir. Los ateos mienten tanto como los creyentes, sólo que los primeros lo hacen con candor. Unos los hacen por angustia existencial y los otros por prebendas a un futuro lejano de esta tierra.
El miedo es una cosa que atrae buenas ventas y la miseria es un negocio inmobiliario tremendo. El mundo en que vivimos está diseñado para que las personas pobres pierdan sus terrenos para -en el mejor de los casos- salir de la miseria y para que las palmeras datileras, sus frutos y los seres infinitos que en ellas habitan desaparezcan a manos de personas incapaces de distinguir lo sagrado, que tienen los ojos del espíritu cerrados por la hipocresía y la vanidad.
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