miércoles, 2 de diciembre de 2020

Soy el sol y la lámpara

Tengo un par de fantasmas negros, de sombras que flotan y buscan -como el buen Gasparín- la amistad. Nacieron sombras, pudo haber sido a cualquier hora; sombras hay desde que nace el sol y antes. Tienen carácter alegre, son felices, porque saben que nacerán y crecerán y se extinguirán junto con el sol todos los días, sin embargo, cuando llega la noche, nacerán otras sombras que disfrutarán mucho también. La luz de los faroles, las velas, las fogatas, a veces la luna las hace visibles, y nacen y desaparecen rápida o lentamente, al ritmo de un caminante o de un bailarín, o al ritmo de un árbol de banqueta. Muy al contrario de lo que se piensa las sombras son luminosas, de hecho no viven sin la luz. Hay sombras de farol y sombras solares. Mis sombras fantasmas, pues, se escaparon de ese ciclo de nacer y morir y se vinieron a vivir conmigo, a veces se salen por ahí a la calle sin que nadie las vea y no esperan nunca para nacer. Por la noche evitan la esclavitud de la luz y circulan por el mundo en plena oscuridad, cuando vuelven a casa las recibo con un buen licuado de ansiedad y pena, que siempre les sabe exquisito, muestran una veneración de hijas que me conmueve y me alegra el alma. Por las noches, cuando he llegado a estar enferma ellas me cuidan y me curan. Si sienten que la luz de un farol entra con violencia por mi ventana se ponen como un velo sobre mis ojos para que yo duerma en paz.

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