No tenemos nada importante qué hacer, ni qué decir, ni qué
poseer, salvo un enorme amor que raramente encuentra el objeto necesario para
dejarse llevar, dejarse dar. El amor -esa gran cantidad que llevamos a cuestas
como un hijo que no encontró vocación y se quedó con su madre y con su padre,
llevando un complejo pueril que lo hizo siempre demasiado joven para entregarse
en cuerpo y alma a nada, a nadie- se queda ahí, almacenado, en la oscuridad, sufriendo
los embates del tiempo que lo hace más cercano a la muerte. Para amar hace
falta una excepción imprescindible.
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