viernes, 16 de agosto de 2019

Madre hijafóbica

“Por que una hija tiene que ser amada”, dice el eslogan de la más reciente campaña en contra de los asesinatos de las madres a las hijas. Yo, que fui madre de una bella criatura de sexo femenino la amé sin duda, a mi manera. Últimamente los asesinatos de las madres a sus hijas se han incrementado alarmantemente.
Mi hija era un dulce: había sacado la gracia de su abuela paterna, aunque aún era muy pequeña de edad tenía la figura espigada que tuvo aquella anciana de joven. Mi marido me mostraba orgulloso en fotos antiguas las caderas y la fina cintura de su madre, cuya fealdad era sólo interior.
Cuando mi niña mudó todos sus dientes yo la llevé al dentista para que los destruyera lo antes posible. El dentista es un hombre de negocios sin escrúpulos y aprovechó la oportunidad para abrir muchos agujeros en las muelas sanísimas de mi niña y colocar en ellos la sustancia maligna que al paso de breves años terminaría con su vida.
Debo decir que mi amor hacia mi hija me hizo asesinarla en forma mucho más discreta que el resto -cada vez más alarmante- de las madres que matan a sus hijas. Así, cuando mi bebita empezó a florecer y sus caderas fueron tornándose idénticas a las de mi suegra, cuando sus cabellos rubios y lacios empezaron a ondularse, se enfermó gravemente. 
El dentista, hombre al fin, se sentía complacido por nuestra atractiva presencia. Nos citó una y otra vez en su consultorio hasta que la dentadura de mi hija estuvo infestada de la sustancia letal. Más tarde murió envenenada por sus propias muelas.
El dentista y yo nos enamoramos, velamos juntos el cuerpo de mi nena con dignidad, sin sospecha de haber sido asesinada. 
Hoy estoy esperando un bebé, el hombre que amo está a mi lado, no puedo ser más feliz, la vida me ha recompensado por tantas y tantas cuentas pagadas en favor de mi amado. Quiera dios que esta criatura que llevo dentro sea un varoncito, para que no tenga que asesinarlo.

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