domingo, 27 de mayo de 2018

Autista optimista

El único yo que se gusta es el que está solo. Y es que puedo ser muchos.
La persona que soy cuando estoy con otros no me gusta. No quiero estar solo: 
quiero estar con quien yo pueda ser el mismo que soy cuando estoy solo; que mi soliloquio, este que ahora sostengo con ustedes, llegue a ese quien y se convierta en una plática, en un juego de tenis, de ping-pong, en un juego de reciprocidad que entretenga a mi espíritu, que hoy se está chupando mi sangre, la tiene en su buró, se embriaga en solitario con ella y se aburre.
Y ahí están ustedes, los otros, inevitables, -a quienes trato de no recordar durante las horas que paso  frente a la televisión donde veo documentales de animales salvajes que no se extinguen gracias al patrocinio- inventándome una cruda desgracia, hablando mal de mí, haciéndome desagradable para mí mismo, como si algo supieran de mi felicidad. 

martes, 8 de mayo de 2018

Amor y morfina


 Me siento como un muchacho, ya no recuerdo mi edad. Esta circunstancia me es del todo familiar; sábanas, una enfermera, la felicidad. Despilfarro mi alegría pensando en ti, pasan por mi mente escenas inconexas: tus pies descalzos pisan unas hojas ininteligibles, que, según tú, constituyen una obra, una sonrisa forzada por un paladar postizo, te inclinas para recoger algo que cayó al suelo, se te abrió el cierre del vestido…
Hace algunos años, cuando era muy joven e incursionaba en el mundillo de las drogas, me puse a dibujar en estado de trance y me saliste tú. Cuando te dibujé ni sabía quien eras ni te conocía. Era un perfil y la primera vez que te vi, te vi de frente. Un día tu perfil me sorprendió. Se atravesó en mi camino como un vaticinio cumplido que nunca se cumplió, pero antes de que me sorprendiera el perfil, me sorprendió el sueño, la repetición y otras muchas cosas cuya narración me sería eterna, hoy no me queda mucho tiempo.
Me siento como un muchacho que se amarra a sus recuerdos de juventud, pero no olvido este presente, estas sábanas, esta felicidad que viene a través del cuerpo blando y la voz pausada de la enfermera. Ella no permite que llegue nuevamente la vejez.
El amor que siento por ti es la última vida que me queda, por eso se me van las horas en recordar tu dedo señalándome a lo lejos, los cientos de explicaciones nunca necesarias, la jauría tratando de marcar su territorio ante la mejor hembra de la manada, yo riéndome a carcajadas porque soy el macho alfa, la carne asada, el parque, los perros, los caminos pedregosos, tus caderas marchando cuesta arriba, un gato te lame la boca, eres tan bella... Los juegos en solitario, las cartas extendidas frente a mí me gritaron que tú también me querías, los últimos meses, las últimas semanas, las últimas horas… Se me olvidaron los miles de libros que leí, la conciencia me abandonó, todo recuerdo palidece ante la imagen de tu presencia. La poca vida que me queda la viviré contigo, Morfina, sintiéndome eternamente un muchacho.