martes, 18 de abril de 2017

Texto para presentar el número "Escrituras de la violencia. La voz de las mujeres." de la Revista Blanco Móvil, en la casa del poeta.

La historia de discriminación hacia la mujer, después de aquellos más míticos que cercanos matriarcados, es longeva. Aunque es cierto que quedan en algunas partes del mundo poblaciones matriarcales o matrilineales: en África, en Tierra de fuego, en Oaxaca, México. En China la etnia Mosuo sostiene una convivencia armónica y peculiar en la que el matrimonio no existe, las mujeres son dueñas de todo lo material y eligen abiertamente a sus amantes.
En la larga actualidad que nos concierne somos, pues, las mujeres, la mitad de la humanidad que pobló las cavernas más oscuras de la historia, donde los descubrimientos científicos, las creaciones artísticas y los trabajos intelectuales parecen no haber tenido nunca lugar. Recuerdo que hace apenas unas décadas, se solía escuchar en la voz de quienes se presumían intelectuales que en México “casi” no había escritoras, cuando ha habido siempre tantas escritoras como escritores, si no es que más. Hay una tendencia natural en nuestras sociedades, a minimisar y finalmente a borrar de la historia el nombre femenino, hay mujeres aquí en México, como Julia Tuñón, Leticia Romero Chumacero, Eve Gil, o Verónica Ortiz, que se han dado a la tarea de desenterrarnos y de recopilarnos, de mostrarnos ante el mundo… Hace unos días platicábamos precisamente sobre Cristine de Pizán, y el libro La nueva ciudad de las damas donde Eve hace un claro homenaje a esta mujer tan influyente, que dedicó su mente a las letras y se ganó el respeto y la vida con esas mismas letras, en el siglo XV. Yo me pregunto cuántas de las numerosas autoras que actualmente trabajamos muchísimo en México podemos decir lo mismo. ¿Cuántas de las autoras que generosa y brillantemente colaboran en este número de Blanco Móvil pueden decir lo mismo?
Falta mucho por hacer, mucha escritura por delante, muchos deportes, muchos oficios y actividades donde seguir avanzando en este camino que parece interminable, eterno, absurdo incluso, hacia la equidad. En un mundo de mujeres reprimidas a punta de madrazos, sobajadas por una fuerza física, sí, hay que admitirlo, superior, lo femenino no puede ser sino débil, porque lo femenino suele estar quebrado en su interior. Mujeres rotas, amenazadas por esa misma fuerza que les impide trabajar, salir, ser dueñas de su cuerpo, de sus decisiones, mujeres que han perdido el sentido de vivir y trabajar para el crecimiento de esta humanidad que las niega… ese botín obtiene la sociedad macha, enferma, a cambio de su fuerza bruta.
Siento una fuerte simpatía por Francesca Gargallo Celentani, y cada una de las cosas que le he leído o escuchado decir me ha parecido sabia: “La escritura de las voces que odian la violencia” es el texto que abre el número de Blanco Móvil. Y me llevó a reflexionar, entre otras cosas en  lo importante que es hablarles a aquellas mujeres que se han dejado cooptar por las banalidades del capitalismo que las ha martirizado y cosificado durante siglos, importante hablarle a esas que no han tomado sus derechos por mano propia, por ignorancia o por desidia, importante reconocer a aquellas que, por el contrario, sostienen su tradición, defienden su universo femenino, hasta la muerte.
¿Por qué muchas de nosotras no hemos vivido para defender nuestro universo? Probablemente porque nos han enseñado, a punta de madrazos, que nuestro universo es indefendible. O quizá porque no tenemos dignidad, o porque no hemos despertado realmente y seguimos tolerando que por aquí y por allá se estén pronunciando discursos misóginos, se sigan cometiendo ante nuestros ojos actos misóginos, porque seguimos sonriendo y poniendo la otra mejilla.
Hay una larga enumeración de casos de vulnerabilidad para la violencia hacia la mujer: las confabulaciones familiares de esclavización en el hogar, el empobrecimiento cada vez más alarmante en el sector femenino, el simple y natural hecho de ser una niña, o una puberta, o una anciana, de ser una. Una activista, una ambientalista, una señora que sale tarde de su trabajo, una niña que lleva el uniforme de deportes de la escuela.
Feministas, sin importar esta discusión más bien boba sobre la vigencia o no del término, somos, entre otras cosas, las que en todos los tiempos, desde todos los estratos, hemos trabajado en recolocar el femenino una y otra vez en la historia, porque vivimos, como un Sísifo mujeril, recuperándonos de las pérdidas, y de los nuevos comienzos, durante siglos eternos.
Dorelia Barahona me sorprendió con su personaje, maliciosamente delineado, que derrama lágrimas cuando piensa en sí mismo, en su grandeza y tiene que lidiar con su atractivo natural que lo hace irresistible a las mujeres, pero a la vez patético, triste. Liliana Blum lanza una cubetada de agua fría en torno al tema de los nuevos temores femeninos, antes reflejados en los cuentos infantiles y que han sido tan palpables desde siempre: el lobo, el violador, en un cuento de prosa poderosísima y directa, que no tiene temor para hablar acerca de la violencia de género y describir con lujo de detalle una violación. Una colaboración muy interesante de este número de Blanco Móvil, es la de Amaranta Caballero Prado, con su “Breve muestra de moridero a través de fichas bibliográficas”, donde figuran ocupaciones, nacionalidades, causas de muerte y las últimas palabras que escribió una importante lista de mujeres en la que figuran nombres tan célebres como Antonieta Rivas Mercado, Nahuí Ollin, Nellie Campobello, Rosario Castellanos, Ana Mendieta, Anne Sexton, Digna Ochoa, en fin, todas ellas mujeres de letras y de artes, destacadas. Es escalofriante, pues, recordar y reconocer las causas de sus muertes, algunas de ellas aún no esclarecidas, muchas de ellas suicidios o asesinatos. Melissa Cardosa con su poema, “Berta en las aguas”, una elegía a Berta, asesinada y que tiene unos versos extraordinarios de tristeza muy profunda de los cuales rescato estos, por que ponen el dedo en la llaga:

Bertica nuestra, Berta de la aguas
El odio de los hombres que tanto nos señalan
No puede con tanta belleza, con tanta fuerza y gracia
Por eso nos matan. Por eso nos matan. Por eso nos matan.
No saben de esta venganza nuestra de ser libres.
Y no cambiar la rebeldía por nada
Lágrimas al río
Muchas lágrimas.

Maya Cu Choc, escritora guatemalteca, escribió el poema “Zaz”, terrible y esperanzador, que expresa la beligerancia de una mujer sacrificada, una beligerancia que va más allá de la muerte.
Aplaudo mucho este número de Blanco Móvil y a su director Eduardo Mosches por la cantidad de exelentes plumas femeninas que logró reunir: Verónica Ortiz, colega solidaria, Eve Gil, Isabel Hernández, Silvia Cuevas-Morales, Jessica Sánchez, Gloria Inés Peláez, Alma Karla Sandoval, por la luz que cada uno de los textos lanza sobre el tema de la violencia hacia la mujer, asunto que no puede seguirse soslayando bajo ningún pretexto. 



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