La historia de discriminación hacia la mujer, después de aquellos
más míticos que cercanos matriarcados, es longeva. Aunque es cierto que quedan en algunas partes del
mundo poblaciones matriarcales o matrilineales: en África, en Tierra de fuego, en Oaxaca, México.
En China la etnia Mosuo sostiene una convivencia armónica y peculiar en la que
el matrimonio no existe, las mujeres son dueñas de todo lo material y eligen
abiertamente a sus amantes.
En la larga actualidad que nos concierne somos, pues, las mujeres,
la mitad de la humanidad que pobló las cavernas más oscuras de la historia,
donde los descubrimientos científicos, las creaciones artísticas y los trabajos
intelectuales parecen no haber tenido nunca lugar. Recuerdo que hace apenas
unas décadas, se solía escuchar en
la voz de quienes se presumían intelectuales que en México “casi” no había
escritoras, cuando ha habido siempre tantas escritoras como escritores, si no
es que más. Hay una tendencia natural en nuestras sociedades, a
minimisar y finalmente a borrar de la historia el nombre femenino, hay mujeres
aquí en México, como Julia Tuñón, Leticia Romero Chumacero, Eve Gil, o
Verónica Ortiz, que se han dado a la tarea de
desenterrarnos y de recopilarnos, de mostrarnos ante el mundo… Hace unos días
platicábamos precisamente sobre Cristine de Pizán, y el libro La
nueva ciudad de las damas donde Eve
hace un claro homenaje a esta mujer tan influyente, que dedicó su mente a las
letras y se ganó el respeto y la vida con esas mismas letras, en el siglo XV.
Yo me pregunto cuántas de las numerosas autoras que actualmente trabajamos
muchísimo en México podemos decir lo mismo. ¿Cuántas de las autoras que generosa
y brillantemente colaboran en este número de Blanco Móvil pueden decir lo
mismo?
Falta mucho por hacer, mucha
escritura por delante, muchos deportes, muchos oficios y actividades donde
seguir avanzando en este camino que parece interminable, eterno, absurdo
incluso, hacia la equidad. En un mundo de mujeres reprimidas a punta de
madrazos, sobajadas por una fuerza física, sí, hay que admitirlo, superior, lo
femenino no puede ser sino débil, porque lo femenino suele estar quebrado en su
interior. Mujeres rotas, amenazadas por esa misma fuerza que les impide
trabajar, salir, ser dueñas de su cuerpo, de sus decisiones, mujeres que han
perdido el sentido de vivir y trabajar para el crecimiento de esta humanidad
que las niega… ese botín obtiene la sociedad macha, enferma, a cambio de su
fuerza bruta.
Siento una fuerte simpatía por
Francesca Gargallo Celentani, y cada una de las cosas que le he leído o
escuchado decir me ha parecido sabia: “La escritura de las voces que odian la
violencia” es el texto que abre el número de Blanco Móvil. Y me llevó a
reflexionar, entre otras cosas en lo
importante que es hablarles a aquellas mujeres que se han dejado cooptar por
las banalidades del capitalismo que las ha martirizado y cosificado durante
siglos, importante hablarle a esas que no han tomado sus derechos por mano
propia, por ignorancia o por desidia, importante reconocer a aquellas que, por
el contrario, sostienen su tradición, defienden su universo femenino, hasta la
muerte.
¿Por qué muchas de nosotras no
hemos vivido para defender nuestro universo? Probablemente porque nos han
enseñado, a punta de madrazos, que nuestro universo es indefendible. O quizá
porque no tenemos dignidad, o porque no hemos despertado realmente y seguimos
tolerando que por aquí y por allá se estén pronunciando discursos misóginos, se
sigan cometiendo ante nuestros ojos actos misóginos, porque seguimos sonriendo
y poniendo la otra mejilla.
Hay una larga enumeración de casos
de vulnerabilidad para la violencia hacia la mujer: las confabulaciones
familiares de esclavización en el hogar, el empobrecimiento cada
vez más alarmante en el sector femenino, el simple y natural hecho de ser una
niña, o una puberta, o una anciana, de ser una. Una activista, una
ambientalista, una señora que sale tarde de su trabajo, una niña que lleva el
uniforme de deportes de la escuela.
Feministas, sin importar esta
discusión más bien boba sobre la vigencia o no del término, somos, entre otras
cosas, las que en todos los tiempos, desde todos los estratos, hemos trabajado en
recolocar el femenino una y otra vez en la historia, porque vivimos, como un
Sísifo mujeril, recuperándonos de las pérdidas, y de los nuevos comienzos,
durante siglos eternos.
Dorelia Barahona me sorprendió con
su personaje, maliciosamente delineado, que derrama lágrimas cuando piensa en
sí mismo, en su grandeza y tiene que lidiar con su atractivo natural que lo
hace irresistible a las mujeres, pero a la vez patético, triste. Liliana Blum
lanza una cubetada de agua fría en torno al tema de los nuevos temores
femeninos, antes reflejados en los cuentos infantiles y que han sido tan
palpables desde siempre: el lobo, el violador, en un cuento de prosa poderosísima
y directa, que no tiene temor para hablar acerca de la violencia de género y
describir con lujo de detalle una violación. Una colaboración muy interesante
de este número de Blanco Móvil, es la de Amaranta Caballero Prado, con su “Breve
muestra de moridero a través de fichas bibliográficas”, donde figuran
ocupaciones, nacionalidades, causas de muerte y las últimas palabras que
escribió una importante lista de mujeres en la que figuran nombres tan célebres
como Antonieta Rivas Mercado, Nahuí Ollin, Nellie Campobello, Rosario Castellanos,
Ana Mendieta, Anne Sexton, Digna Ochoa, en fin, todas ellas mujeres de letras y
de artes, destacadas. Es escalofriante, pues, recordar y reconocer las causas
de sus muertes, algunas de ellas aún no esclarecidas, muchas de ellas suicidios
o asesinatos. Melissa Cardosa con su poema, “Berta en las aguas”, una elegía a
Berta, asesinada y que tiene unos versos extraordinarios de tristeza muy
profunda de los cuales rescato estos, por que ponen el dedo en la llaga:
Bertica nuestra, Berta de la aguas
El odio de los hombres que tanto nos señalan
No puede con tanta belleza, con tanta fuerza y gracia
Por eso nos matan. Por eso nos matan. Por eso nos
matan.
No saben de esta venganza nuestra de ser libres.
Y no cambiar la rebeldía por nada
Lágrimas al río
Muchas lágrimas.
Maya Cu Choc, escritora guatemalteca, escribió el poema “Zaz”, terrible y esperanzador, que
expresa la beligerancia de una mujer sacrificada, una beligerancia que va más
allá de la muerte.
Aplaudo mucho este número de
Blanco Móvil y a su director Eduardo Mosches por la cantidad de exelentes
plumas femeninas que logró reunir: Verónica Ortiz, colega solidaria, Eve Gil,
Isabel Hernández, Silvia Cuevas-Morales, Jessica Sánchez, Gloria Inés Peláez,
Alma Karla Sandoval, por la luz que cada uno de los textos lanza sobre el tema
de la violencia hacia la mujer, asunto que no puede seguirse soslayando bajo
ningún pretexto.