Durante días y días te desee, dudé de la dicha, no dormí, me deprimí. Pero el impulso de mi dura frustración fue tan débil que nunca moví un dedo por ti. Dejaste caer el ofrecimiento que te hice, después intentaste, obsesivo y dedicado, pero débil, rearmar lo que dejaste caer. Hasta muy tarde supiste bien que era ese hilo de saliva que ni siquiera supiste probar: ese hilo era un caudal interminable en el que ya te ahogaste. El caudal de un fantasma... ¿El lecho de un enorme río seco?
Durante días y días te desee, dudé de la dicha, no dormí y me deprimí por un asunto que sólo habitaba en mi mente, por unas pesadillas vívidas que me indicaron con todas sus señales que eras para mi. Caí en la trampa de los innumerables vaticinios que hablaban del color de tus ojos, de tu piel, del origen de tu familia, de tu edad, de tu inteligencia, de tu profundo amor por mi. Caí en la trampa de tu presencia perennemente sonriente. Los vaticinios nunca me hablaron de tu debilidad, ahí estuvo su peor artimaña. Nunca me advirtieron que nuestra voluntad estaba castrada y era prisionera de una bruja envidiosa. (En Hablando de Gerzon)
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