Antes de que se ahogue el niño, o se muera de sed.
(fragmento de guión radial)
La temporada de lluvias llega y no llega, su entrada empieza a ser cada vez más caprichosa: no se sabe si derrumbará postes y árboles, ni si anegará calles o será escueta al nivel de la invisibilidad o incluso de la ausencia.
La ubicación de la Ciudad de México constituye una horrenda errata hidrológica de la hispanidad; el asesinato de un ecosistema colosal, en pos del capricho de asentar una ciudad técnicamente imposible, un anhelo irracional de los conquistadores por ver fundadas sus bellas haciendas afrancesadas en aquella campiña incomparable. Falta de experiencia, incapacidad para establecer modelos de planeación distintos al europeo, codicia, sobre todo.
Uno de los primeros impulsos de la codicia fue la deforestación de los interminables bosques de oyameles, ocotes y encinos que bordeaban el complejo lacustre. Las consecuencias que nunca calculó aquella codicia fueron el descontrol del lago, la reducción catastrófica de su capacidad de contención. Aquello trajo veinticinco inundaciones a la Ciudad de México, una de las cuales la dejó anegada durante seis largos años. Todavía algunos edificios del centro histórico lo recuerdan y en sus muros queda la marca.
El agua está de moda; es un tema del futuro y del pasado. Todo mundo habla de los proyectos que nunca se hicieron, de los que se han aprobado pero que aun no terminan de empezar, de los que fracasaron o se quedaron a medias, todo mundo sabe de los elefantes blancos; todo mundo sabe de las historias de terror en África, donde al hambre se suma la sed.
Las sequías son riesgos fatales que corre la humanidad, también las inundaciones. Por eso aquellos gobiernos que se ahogan en un vaso de agua, deberían apresurar sus presupuestos con una poca de inteligencia, antes de que se ahogue el niño, o se muera de sed...
Todo mundo habla; pequeñas organizaciones hacen el intento bien intencionado de al menos evidenciar la injusticia social que encarna el tema global del agua.
La ubicación de la Ciudad de México constituye una horrenda errata hidrológica de la hispanidad; el asesinato de un ecosistema colosal, en pos del capricho de asentar una ciudad técnicamente imposible, un anhelo irracional de los conquistadores por ver fundadas sus bellas haciendas afrancesadas en aquella campiña incomparable. Falta de experiencia, incapacidad para establecer modelos de planeación distintos al europeo, codicia, sobre todo.
Uno de los primeros impulsos de la codicia fue la deforestación de los interminables bosques de oyameles, ocotes y encinos que bordeaban el complejo lacustre. Las consecuencias que nunca calculó aquella codicia fueron el descontrol del lago, la reducción catastrófica de su capacidad de contención. Aquello trajo veinticinco inundaciones a la Ciudad de México, una de las cuales la dejó anegada durante seis largos años. Todavía algunos edificios del centro histórico lo recuerdan y en sus muros queda la marca.
El agua está de moda; es un tema del futuro y del pasado. Todo mundo habla de los proyectos que nunca se hicieron, de los que se han aprobado pero que aun no terminan de empezar, de los que fracasaron o se quedaron a medias, todo mundo sabe de los elefantes blancos; todo mundo sabe de las historias de terror en África, donde al hambre se suma la sed.
Las sequías son riesgos fatales que corre la humanidad, también las inundaciones. Por eso aquellos gobiernos que se ahogan en un vaso de agua, deberían apresurar sus presupuestos con una poca de inteligencia, antes de que se ahogue el niño, o se muera de sed...
Todo mundo habla; pequeñas organizaciones hacen el intento bien intencionado de al menos evidenciar la injusticia social que encarna el tema global del agua.
Nadie lleva a cabo una solución contundente.
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