(De "El niño del vaticinio")
Si no viene el jabao por la noche, para no ver al sapo me paso leyendo a los malditos. En la mañana no tengo fuerza para ir a la escuela y me quedo dormida sobre el desayunador, mi mamá me despierta con un beso y murmura “pobrecita”. Más tarde me quedo dormida sobre el pupitre. La maestra me despierta con un golpe de regla y yo me enojo. Una vez me despertó y como estaba soñando con mi maldito preferido me enojé el triple y entonces le arranqué la regla de la mano a la putilla y me la puse en mi pipi y le dije, gritando mucho, que sus cuentitos son para normales y le pregunté si de pura casualidad sabía quien pipis era Petit Duchás (aquí aplico con firmeza y presunción las enseñanzas del moto pelos de perro), le dije también que, por si no lo sabe, yo me aprieto mis tetitas pensando en él bajo la regadera. Luego, como estoy más enojada, le digo que el maldito tenía un pipi más big que su regla...y ella se queda pensando: “hay que darle unos reglazos” pero dice otra cosa que no entiendo y palidece, luego enrojece y por último se pone verde de ira. Está furiosa, y me avienta el borrador y me lleva con el director, quién, después de armar un número más pendejo que el de la putilla, me manda a la buhardilla en lo que llega mi madre, quien es –por cierto- la mujer más bonita y más buena que he visto en mi vida. Yo disfruto verla llegar ante los ojos atónitos de mis compañeros de salón, que ya están todos asomados por las ventilas. Luego me expulsan de la escuela.